IV Domingo de tiempo ordinario (Lc 4,21-30)
30 de Enero de 2022

Por P. Antonio Escobedo CM

La predicación de Jesús empieza con la palabra “Hoy.” Los profetas prometían para el futuro, pero Jesús promete para hoy. La espera se terminó. El tiempo ha llegado. El Espíritu del Señor está con Jesús ahora. Él trae buenas noticias. Él proclama, en este mismo momento, libertad para los cautivos y la recuperación de la vista para los ciegos. Ya ha comenzado a liberar a los oprimidos para que proclamen el año de gracia del Señor.

Los nazarenos empiezan hablando bien de Jesús, pero casi inmediatamente se vuelven contra Él y tratan de matarle. El pueblo judío ha esperado al Mesías por largo tiempo. Han visto a Dios cumplir milagro tras milagro a lo largo de su historia desde que dividió el Mar Rojo. Por eso, pensaríamos que estarían listos para recibir al Mesías, pero no es así. ¡Hoy! ¡Pero hoy no están listos! No esperan que hoy sea el día. Y se irritan ante las palabras de Jesús a tal punto que le echaron fuera de la ciudad para despeñarle.

¿Qué habrá enojado tanto a la gente de Nazaret? No es el que un joven al que habían conocido de toda la vida les compartiera una noticia extraordinaria. Eso más bien los dejó llenos de admiración. El problema fue que Jesús realizó milagros con los paganos. Recordemos que Cafarnaúm tenía muchos gentiles en su población y, por lo tanto, en la mentalidad judía, no eran merecedores del año de gracia del Señor. Por el contrario, los paisanos de Jesús, que se consideraban el pueblo elegido de Dios, esperaban grandes cosas de Él. De manera que la frase “médico, cúrate a ti mismo” podríamos entenderla como “si fuiste capaz de sanar al pueblo poco merecedor de Cafarnaúm, debes hacer aún más por tu propio pueblo”. Es un pedido de lealtad a los “elegidos”.

Jesús no puede aceptar este estrechamiento de su misión que le impone el pueblo de Nazaret. No puede reservar su generosidad. No se puede dedicar solo a su localidad. El pueblo judío no debe considerar que su relación con Dios sea una cosa privada. Sin embargo, el pueblo no entiende y quiere matarlo. ¿Habrá sido un problema de egoísmo y celos? Parece que están en la mentalidad de “ellos y nosotros”: ¿por qué a ellos los ayudan, si nosotros hemos trabajado mucho y lo merecemos más? ¿Por qué les dan primero a esos que acaban de llegar y no a nosotros que llegamos primero?

Es el primer fracaso de Jesús. Le seguirán otros a partir de ahora, antes de acabar en la cruz. La admiración, primero, y el rechazo y la persecución, después, son ya desde el inicio la síntesis de las reacciones que Jesús va a suscitar a lo largo de su ministerio. Esta es una constante que acompaña a los auténticos enviados de Dios desde el AT hasta los tiempos presentes. Los falsos profetas, los que dicen lo que la gente quiere oír y, sobretodo, los que halagan el oído de los poderosos, prosperan. Pero los profetas verdaderos resultan incómodos y provocan una reacción en contra cuando en su predicación tocan temas candentes, poniendo el dedo en la llaga de alguna injusticia o situación de infidelidad.

Jesús no se desanimó. En la escena de Nazaret se abrió paso y siguió su camino. Va con valentía, hasta el final de su misión. Ojalá que nosotros no perdamos los ánimos en nuestra misión en un mundo que tal vez ni nos quiere escuchar. Hagamos nuestras las palabras que el Señor pronunció a Jeremías: “no les tengas miedo… diles lo que yo te mando… yo estoy contigo”.

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