Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

La santidad es el rostro más bello de la Iglesia, escribió el papa Francisco en su exhortación apostólica sobre “El llamado a la santidad en el mundo actual”, pues Dios nos hizo imágenes suyas, semejantes, reflejo de su perfección infinita, la santidad.

Recoger los rasgos de este reflejo de la santidad divina en una persona humana, no es una obra cualquiera. Esta mezcla del polvo terrenal con el amor divino –polvo enamorado– sólo se logra cuando la libertad humana sintoniza con el proyecto de Dios sobre cada uno de nosotros. Que Dios lo tenga para cada uno lo explica la común vocación a la santidad, doctrina que debe relucir sobre el candelero.

Esta es la obra, lograda con creces, que ha realizado el Licenciado Jaime Septién Crespo – Director y Fundador de El Observador- en la semblanza que ha escrito y publicado sobre Monseñor Salvador Septién Uribe: “La Humildad y la Gracia”, con especial interés en mostrar el Yo del biografiado dentro de su circunstancia, pues la salvación y la gracia siempre suceden en un lugar y en su tiempo.

La sentencia del filósofo recibe su comprensión y, sobre todo, su lucidez y valía en las palabras de san Pablo VI cuando, durante su memorable visita a la casa de Nazaret, nos recordó que aquí es donde aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres”. El rostro más bello de Dios resplandece en Jesús, el Santo de Dios, y en la santidad de los miembros de su familia, la Iglesia.

Lo explica el Papa con delicadeza: Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, de los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene sentido. A cada uno toca develar el sentido del misterio.

Estas autorizadas palabras nos bastan para calibrar la empresa que emprendió y llevó a feliz término el Licenciado Jaime Septién en esta biografía que apenas si abarca la niñez, juventud y formación del biografiado, ubicado, eso sí, en su entorno y circunstancia. El perfil resulta vigoroso y recio, como lo exige la verdad.

Aquí encontraremos, por tanto, toda clase de personajes y hechos tanto políticos como religiosos, de carácter local, nacional e internacional que interfirieron y moldearon el rostro luminoso de Monseñor Septién, cuya luz no desmerece sino que se acrece cada día más, para honra y prez de la santa Iglesia católica, de su tierra queretana y sobre todo de su gente, a quienes sirvió sin reposo y que ahora lo extrañan, veneran y se encomiendan.

Con esta biografía se inaugura un nuevo método –de método habla san Pablo VI- de ver la vida de los Santos de Dios, no como ejemplares prefabricados con “extáticos ojos en blanco” diría el papa Francisco, sino en el diario bregar y compartir la vida, más que con el santo con el vecino molesto de la puerta de al lado, que éste, y no otro, fue el camino de la historia de nuestra salvación.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de enero de 2022 No. 1383

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