VI  Domingo  de  tiempo  ordinario    (Lc 6,17.20-26)

Por P. Antonio Escobedo C.M.

Hoy escuchamos en Lucas una de las páginas más famosas de la predicación de Jesús: las bienaventuranzas. Aunque Lucas, a diferencia de Mateo, mezcla otras lamentaciones o malaventuranzas.

Nos resulta sorprendente esta lista de bienaventuranzas. ¿Cómo se puede llamar dichosos a los que lloran, a los pobres o a los perseguidos y lamentarse sobre los ricos? Solo podemos ofrecer respuestas tentativas. Quizá los ricos tienden a confiar en sus riquezas, mientras que los pobres tienden a confiar más en Dios. Aunque conocemos a gente en buenas condiciones económicas que viven lealmente su fe y gente en peores condiciones económicas que no lo hacen. Conocemos a personas en buenas condiciones económicas que son generosas y personas de peores condiciones económicas que no lo son.

En definitiva, podemos decir que son dichosos los discípulos que han reconocido la acción de Dios y la necesidad de estar con Jesús y se han unido a Él.

La enseñanza de Jesús es paradójica. No va según nuestros gustos o criterios. El mundo de hoy nos promete otra lista de dichas que no coinciden precisamente con la de Jesús. Eso no significa que a Jesús le guste la pobreza y que la gente llore y sea injustamente tratada, o que nosotros dejemos de luchar contra la pobreza y el hambre y las injusticias y el dolor en este mundo. No son felices los pobres por ser pobres, o por pasar hambre o sufrir injusticias. La pobreza no es el ideal de la vida. De hecho, una clave para entender mejor la intención de Jesús la podríamos encontramos en el significado de la palabra “bienaventurado” que en griego traducimos como “makários”. La palabra “makários” habla de una persona que es dichosa porque vive en relación estrecha con la divinidad, es decir, se siente tan pleno porque se sabe amado por el Padre de modo que cualquier satisfacción meramente humana queda relegada. La plenitud de la vida se encuentra en el seguimiento de Jesús.

Con esta clave de lectura, podemos decir que las bienaventuranzas por los pobres y las lamentaciones por los ricos no deben leerse en una clave moralista, como si dijeran lo que “debemos hacer”. Más bien, dicen lo que hace Dios y cómo actúa en la historia humana. Por eso podemos proclamar:

  • Bienaventurado tú,que conoces a Dios;
  • Bienaventurado tú que no eres como los hipócritas, que sabes que el espectáculo dura poco y los aplausos se los lleva el viento.
  • Bienaventurado tú, que sabes que tu paga será el ciento por uno.
  • Bienaventurado tú, que sabes que los tesoros del Reino se encuentran en la oración sencilla.
  • Bienaventurado tú, que sabes que al cerrar la puerta de tu aposento te encuentras con el Padre, que está ahí, en lo secreto, en lo sencillo de tu corazón.
  • Bienaventurado tú, porque sabes que con una sola palabra «Padre» dices más que con mil.
  • Bienaventurado tú, que tanto conoces a tu Padre y Él te conoce y no necesitas más que una mirada sencilla.
  • Bienaventurado tú, que sabes que tenemos un Padre y que su nombre es Santo.
  • Bienaventurado tú, que pides que su reino se haga presente, y que su voluntad no es cosa mágica, sino que tú contribuyes con tu persona, con tus acciones y con tu esfuerzo.
  • Bienaventurado tú, que sabes que el pan se le pide al Padre todos los días. Bienaventurado tú, que sabes perdonar, porque conoces a Dios y sabes cómo perdona Él.
  • Bienaventurado tú, que te sabes débil, finito, frágil y que todos los días pides que no te deje caer en la tentación.
  • Bienaventurado tú, que escuchaste su Palabra y ahora eres parte también de esa palabra, con tu vida con tu ejemplo.

¿Estamos en la lista de bienaventurados de Jesús, o nos empeñamos en seguir en la lista de este mundo? Si no encontramos la felicidad, ¿no será porque la estamos buscando donde no está?

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