Dios da la fortaleza para superar y crecer a base de experiencias

Por Mónica Muñoz

La vida está en continuo movimiento, nada es estático, si no, sería terriblemente tedioso estar en este mundo. Desde que fuimos concebidos en el vientre de nuestra madre, se operaron numerosas transformaciones en nuestro cuerpo y entorno, y, cuando más a gusto estábamos, llegó el momento del parto, resultando un choque traumático para cada uno, al encontrarse con el frío y ruidoso exterior, en donde comenzamos a descubrir sensaciones nuevas y extrañas.

Porque indudablemente, nos acostumbramos fácilmente a la comodidad, por eso, cuando más seguros nos sentimos de que nada cambiará, repentinamente y sin ningún aviso se presenta una dificultad que nos mueve todos los esquemas que creíamos estables, y, sin temor a equivocarme, todos podemos dar ejemplos de ello, sobre todo en este tiempo de incertidumbre que estamos atravesando desde que inició la pandemia.

Hace dos años, lo que creíamos inamovible, se derrumbó repentinamente, los negocios fuertes se tambalearon, los más pequeños tuvieron que cerrar. Las escuelas se vieron en la necesidad que adaptarse a la nueva modalidad de enseñanza a distancia, las personas mayores fueron forzadas a entender la tecnología de los dispositivos móviles, ya que era la única forma en la que podrían comunicarse con sus familias o incluso trabajar.

Todo lo que conocíamos cambió repentinamente, así que nadie puede decir que no ha sufrido cambios radicales en su vida. Así ha sido siempre. Por eso, es imprescindible que aprendamos a sobrevivir a ellos y asimilarlos pronto, sacando lo mejor de esa vivencia y asumirla como un valioso aprendizaje.

Pensemos por ejemplo en la muerte repentina de un ser querido. Sencillamente nunca estaremos preparados para enfrentar una pérdida, porque nuestra naturaleza se aferra a la existencia y a las personas que amamos.

Por eso, es casi imposible querer encontrarle sentido a una ausencia permanente, el alma se inunda de tristeza, a pesar de que sabemos que, como dice el dicho, lo único que tenemos seguro es la muerte.

Recomezar y replantear

Surge entonces el replanteamiento de la existencia, ese comenzar de nuevo se siente como una pesada carga mientras los recuerdos agudizan la pesadumbre cuando se acercan fechas importantes, o cuando tenemos que decidir qué haremos con las pertenencias de ese ser que ya no está con nosotros. Sin embargo, la vida continúa y es imperativo seguir adelante, aunque no se tenga idea de cómo hacerlo. Simplemente, estamos atravesando un cambio fundamental y hay que intentar verle el lado positivo, sobre todo por los años que tuvimos la oportunidad de tener a esa persona, y agradecerle por todo lo que nos dejó.

Quizá tuvimos irnos a vivir a otra ciudad o experimentamos la pérdida del empleo, tal vez atravesamos por una grave crisis económica, el quebranto de nuestra salud o el de algún miembro de la familia, a lo mejor nos traicionó un amigo o somos víctimas de envidias, todo lo que podamos percibir como situaciones amargas, cambiarán de rostro si las vemos como oportunidades para mejorar algo en nosotros.

No es fácil, lo sé, pero es un muy sano ejercicio de la voluntad y la razón sobre las emociones y sentimientos, porque, si volteamos para atrás, una vez superada la adversidad, descubriremos que somos mejores personas, que nos hemos convertido en una versión corregida de nosotros mismos, que las contrariedades de la vida son inevitables y que es primordial aceptarlas para poder superarlas. Y, por encima de todo, debemos aprender a ver con ojos de fe todo lo que Dios nos permite vivir, porque tenemos la capacidad de razonar y entender que los acontecimientos, buenos y malos, tienen un propósito, como dice la escritura, “Los caminos de Dios son inescrutables”, pero definitivamente, lo que nos ocurra, siempre será para nuestro provecho personal y espiritual, aunque tardemos en corroborarlo.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de febrero de 2022 No. 1387

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