Por P. Fernando Pascual
Poner un clavo en la pared. Estar atentos a la hora de dar la medicina a un anciano. Cerrar la cajuela del coche con poca delicadeza.
Cada acción que realizamos produce efectos. El clavo mal puesto explica por qué se cayó ese cuadro. La medicina dada con precisión alivia al anciano. Cerrar la cajuela descuidadamente daña la parte trasera del coche.
Somos responsables de aquellos efectos que podemos conocer con un poco de previsión. No lo somos de efectos realmente difíciles de imaginar o que se colocan en un punto bastante lejano del tiempo.
Nuestra responsabilidad llega, por lo tanto, hasta donde alcanzamos a ver. Luego, la cadena de consecuencias, a veces con carambolas sorprendentes, escapan a nuestros análisis más perspicaces.
Entender esto permite tomar decisiones con una síntesis entre prudencia y sano realismo.
La prudencia nos ayuda a estudiar bien aquellas consecuencias previsibles de lo que decidimos, para renunciar a opciones que sospechamos dañinas, y para escoger aquellas que esperamos beneficiosas, a corto y a largo plazo.
El sano realismo evita angustias hacia futuros lejanos que nunca podremos haber previsto, por más atención que pongamos antes de tomar las decisiones de cada día.
En la marcha de la historia personal y colectiva, continuamente tomamos decisiones que poner en marcha procesos.
Buscaremos, en cada una de esas decisiones, promover el bien en este mundo complejo, misterioso, interrelacionado; y buscaremos evitar males que puedan perjudicarnos a nosotros mismos o a otros.
Al mismo tiempo, nos abriremos al misterio de futuros imprevisibles, para dejarlos en las manos de Dios, que construye, con el hilo de las casi infinitas decisiones humanas, un tejido que nos invita a acoger su Amor y a acercarnos, día a día, al encuentro eterno con Él en el cielo, meta completa de todas las buenas aspiraciones humanas.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de marzo de 2022 No. 1391