Por P. Fernando Pascual
El Evangelio ha sido anunciado en muchas partes del mundo, pero todavía hay lugares que no han oído la Buena noticia.
Entre quienes llegaron a escuchar la Palabra de Dios, unos no la comprendieron y la dejaron a un lado. Otros la rechazaron por motivos diferentes.
Muchos la acogieron. Algunos simplemente como un mensaje bello, que promueve ideales para mejorar la vida de las personas.
Otros, ojalá la mayoría de los bautizados, reconocemos en Cristo al verdadero Salvador del mundo, al Hijo del Padre encarnado en la Virgen María, al Señor de la Vida y de la Historia.
El Evangelio, que es Cristo mismo, salva a todos los que, desde la apertura a la gracia, se dejan iluminar, aceptan el perdón que lava los pecados, y buscan seguir cada día al Maestro como piedras vivas de la Iglesia.
Así, el Evangelio recibido en la fe que lleva al bautismo, nos une al misterio pascual de Cristo, y nos da una vida nueva, donde es posible aceptar el amor y orientarnos a amar.
“Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6,4).
Unidos a Cristo que muere, quedamos libres del pecado. Unidos a Cristo que resucita, adquirimos un modo nuevo de pensar, de querer, de vivir.
“Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Ef 5,8 9).
Hoy, como hace 2000 años, resuena en todo el mundo la voz de un humilde Maestro que anuncia el Evangelio que salva: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15).
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