4o Domingo de Cuaresma (Lc 15,1-3.11-32)

Por P. Tony Escobedo c.m.

Este domingo leemos la parábola del padre que tiene dos hijos. En ella, el hijo menor se dirige a su padre y le dice: “dame la parte de la hacienda que me pertenece”. En una familia con solamente dos hijos, la herencia para el hijo menor sería bastante grande. Según la ley judía le correspondería heredar un tercio de los bienes de su padre.

La petición es imprudente e irrespetuosa. Usualmente, los hijos reciben su herencia después de la muerte de su padre. Un padre podía decidir repartir parte de o toda su herencia antes de morir, pero la iniciativa debe ser del padre, no del hijo. En el caso de que un hijo reciba su herencia antes de la muerte del padre, se esperaba que se quedara en casa para proveer para sus padres en su ancianidad.

Ahora bien, recibir una herencia generalmente no implicaba el derecho de disponer de la herencia como uno quisiera. Sin embargo, el hijo vende la propiedad y, rompiendo con los lazos de su hogar deja atrás a su familia. Tal conducta sería especialmente horrorosa en el Medio Oriente porque uno arraiga su identidad de las relaciones familiares y comunitarias.

Así pues, este hijo es culpable de: 1) Asumir una iniciativa que solamente le corresponde al padre; 2) tratar a su padre como si estuviera muerto; 3) ignorar la obligación que tenía para con sus padres en su ancianidad; y 4) romper las relaciones familiares cuando se va.

Tal conducta es detestable. Un padre se sentiría avergonzado de haber criado tal hijo. Los vecinos despreciarían le darían gracias a Dios por no tener un hijo como ese.

Por su parte, el hijo mayor estaba en el campo haciendo lo que correspondía a los hijos mayores: trabajar y servir fielmente sacando la familia a flote. Parece que, en medio de la emoción, el padre olvidó mandar a alguien a dar la noticia al hijo mayor. Cuando éste llega a casa oye la música y la danza. Debe haber sido un sentimiento de confusión al venir de la tranquilidad de los campos al caer la tarde, cansado y sucio, y escuchar la música y las danzas. Y luego el criado le da el tiro de gracia. Su hermano ha regresado y la fiesta es en su honor. ¡Ni preguntar por qué se habrá enojado y no quería entrar! Y con ello resulta que el hermano que estaba afuera ahora está adentro, mientras que el hermano que había estado adentro ahora está afuera.

Entonces el padre sale a encontrarlo de la misma manera en que había salido por su otro hijo. Este es un momento tenso. El gozo del padre es hecho pedazos. Estaba celebrando tener a sus dos hijos bajo el mismo techo otra vez, pero ahora se topa con que el hijo mayor no quiere entrar a la casa. Con esta actitud, el padre descubre que el hijo mayor también ha estado intentando ganarse su amor, pero nunca se ha permitido creer ni sentir que su padre lo ama.

Algo que no podemos negar es que el padre ama a los dos hijos y busca restaurar su familia. De hecho, amamos esta parábola porque el perdón del padre a sus dos hijos nos reafirma que, no importa lo que hayamos hecho, el Padre nos da la bienvenida al hogar.

Por ello, creo que hoy es un buen día para preguntarnos: ¿Has estado actuando con libertad o te has sentido obligado al hacer tus responsabilidades? ¿Te vives como hijo del Padre o como empleado que quiere negociar las prestaciones laborales con Dios?

Reflexiónalo en privado y deja que el Padre te diga: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo…”

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de marzo de 2022 No. 1394

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