Por José Ignacio Alemany Grau, obispo
Recordamos que este cuarto domingo de cuaresma es una invitación a la alegría. La antífona inicial nos recibe con estas palabras: «laetare»: «festejad a Jerusalén».
Advertencia:
Como el domingo anterior, y también el siguiente, la liturgia nos permite utilizar las lecturas del ciclo A, pero hoy no voy a caer en la tentación, porque en nuestro ciclo se medita el evangelio del padre misericordioso (del hijo pródigo).
De todas formas, es precioso el Evangelio que hoy podríamos meditar sobre el ciego de nacimiento porque, entre otras cosas, es uno de los pocos que defienden a Jesús durante su vida.
Era un joven y fue tan valiente que los fariseos lo excomulgaron. Pero Jesús le salió al encuentro y se le reveló: «¿Crees en el Hijo del hombre?… ¿Quién es para que yo crea?».
A lo que Jesús le responde: «Lo estás viendo, el que está hablando contigo, ése es».
El joven reconoce a quien le devolvió la vista y se postró ante él diciendo: «Creo, Señor».
Evangelio
Nos fijamos en la introducción de la parábola de hoy. Allí estaban los publicanos y los pecadores. Pero Jesús dirige la parábola a los fariseos y escribas que estaban murmurando: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos».
A los cuatro grupos dedica Jesús tres bellas parábolas. Hoy meditamos la del hijo pródigo que es una hermosa pieza literaria y, al mismo tiempo, una muestra de la misericordia de Dios.
+ Se va el hijo pequeño y el mayor queda feliz y dueño de todo.
El joven malgasta toda su fortuna creyendo encontrar la felicidad pero pronto se arrepiente y regresa a su hogar porque se muere de hambre y de miseria.
Al padre, viéndole llegar, «se le conmovieron las entrañas y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos».
Este es el momento cumbre de la parábola que debería llevar el nombre de «el padre misericordioso» en vez de «el hijo pródigo».
El hijo se esfuerza por repetir la oración de arrepentimiento que varias veces ensayó con emoción:
«Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo…»
Pero el padre no le dejó terminar. Llamó a los criados y les mandó preparar todo para celebrar:
«Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo. Ponedle un anillo en las manos y sandalias en los pies. Traed el ternero cebado y matadlo…».
Y se armó la gran fiesta.
+ Regresa del campo el mayor todo serio. Oye la música y la fiesta. Al enterarse del regreso de su hermano, no quiere entrar. En realidad es uno de esos fariseos que no pueden comer en la mesa de los pecadores aunque allí esté sentado Jesús.
El orgullo lo mató.
Aunque el padre salió a llamarlo con bondad, no aceptó.
Preciosa parábola que nos da a conocer que Jesús llama a todos pero los creídos prefieren condenarse.
¡Mejor es ser pecador arrepentido que «santo» orgulloso!
El primero siempre encuentra los brazos del padre, pero el segundo no encuentra ni los brazos, ni al padre.
Josué
Nos cuenta cómo los israelitas, al cosechar los primeros frutos de la tierra prometida, dejaron de recoger el maná:
«El día siguiente a la pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra cesó el maná».
Salmo 33
«Gustad y ved qué bueno es…» el maná de la Eucaristía y el corazón del Padre misericordioso.
San Pablo
«El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado». Todo esto viene de Dios que por medio de Cristo nos reconcilió consigo.
Por eso el buen consejo cuaresmal que nos da el apóstol:
«En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios».
Aprovechemos para recibir el sacramento de la reconciliación en esta cuaresma.