Por P. Fernando Pascual
En un encuentro (parlamento) mundial de las religiones que se tuvo en Chicago el año 1893, estaban presentes algunos conferencistas e invitados de Asia. Entre ellos, varios brahmanes y budistas formularon una aguda crítica a lo que veían en los pueblos que se consideraban cristianos.
Constataban, en primer lugar, cómo los europeos enviaban misioneros a Asia para predicar el cristianismo. Reconocían, además, el valor de esa religión que llegaba de Europa. Pero notaban una extraña incoherencia, que quedó formulada en una intervención de Swami Vivekananda (1863-1902, cf. The Complete Works I, Mayavati 1947, 12-18).
“Nosotros no negamos el valor de vuestra religión, pero al conoceros en los últimos dos siglos comprobamos que vuestra vida contradice las exigencias de vuestra fe, y que lo que os mueve no es el espíritu de justicia y amor que os ha legado vuestro Dios, sino el espíritu de codicia y violencia, propio de los malvados”.
Frente a esta acusación, Vivekananda señalaba una doble alternativa: “o vuestra religión, con toda su intrínseca superioridad, no puede ser puesta en práctica y, en consecuencia, no sirve ni siquiera para vosotros, que la confesáis; o sois tan malos que no queréis cumplir lo que podéis y debéis. En uno y otro caso, no tenéis sobre nosotros superioridad alguna y debéis dejamos en paz”.
La crítica, desde luego, puede ser respondida de diversas maneras. Una, sencilla, consiste en reconocer que muchos han vivido (y todavía viven hoy) una especie de cristianismo cultural que no llega a lo concreto de sus vidas, lo cual explica cómo su modo de vivir está muchas veces lejos del Evangelio.
Frente a esos “cristianos culturales”, basta con reconocer que no serían realmente cristianos mientras no acojan, en serio, las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia en materia moral,
Otra respuesta radicaría en el hecho de que los cristianos somos muy conscientes de no ser perfectos, por lo que necesitamos una conversión continua. Ello significa que aceptamos el Evangelio y estamos felices de ser parte de la Iglesia, sin que ello nos impida, en no pocas ocasiones, sucumbir al pecado para luego levantarnos, pedir perdón y reparar los daños que hayamos causado.
De todos modos, la crítica puede ser un estímulo para tomarnos en serio nuestra fe católica y para pedir al Señor el don de la santidad y del amor. Porque solo entonces los pueblos cristianos llegarán a ser cristianos.
Ello significa que cada uno de nosotros no podemos contentarnos con ser “cristianos culturales”, sino que estamos llamados a acoger, en las palabras y en las obras, la gracia de Cristo, la cual nos llevará a vivir según la auténtica caridad cristiana.
(El texto en castellano, que sería una síntesis de la intervención de Swami Vivekananda, está tomado de una obra de Vladímir Soloviov, La justificación del bien. Ensayo de una filosofía moral, tercera parte, capítulo IX).