Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.

“Filosofía es el conocimiento de las cosas humanas y divinas junto con el deseo de una vida honesta”. San Isidoro de Sevilla

Si en términos urbanísticos el altépetl mesoamericano fue el ámbito cultural por antonomasia, el paladín de todos fue el de México – Tenochtitlan y lo sigue siendo hasta la fecha, si consideramos que, en el país de esta denominación, al presente, tenemos a la vista el enorme espacio público del zócalo, los edificios más representativos de los ámbitos eclesiástico y civil, y los que más aportan, desde la arqueología, a lo que en su tiempo fue y aquí explicaremos, una ciudad sagrada.

Para entender lo apenas dicho, consideremos que el término náhuatl āltepētl proviene de āl- ‘[relativo al] agua’ y tepē(tl) ‘cerro, montaña’, por acá sirvió para referirse a la organización de entidades territoriales étnico-políticas que se fueron reproduciendo en el período posclásico. El que ilustraremos en esta columna tuvo patente y a la vista su origen divino sin mengua de su función administrativa; gracias a ello dejó boquiabiertos a los primeros europeos que le tuvieron a la vista.

Su éxito consistió en haber sido siempre un sitio sagrado / ciudadela, que se compactó en cuatro grandes unidades, los campan o hueycalpulli, a las que también se adjudicó un origen divino pero basado en las cualidades esenciales del urbanismo mesoamericano: la partición interna de la unidad en parcialidades, a las que los misioneros, sin alterar su función y uso corporativo, endilgaron a su gentilicio patronos celestiales cristianos.

Tal giro elevó a la cúspide el calpulli, es decir, el conjunto de familias que reconocían como propia una lengua, culto, profesión, atavíos y costumbres, a partir de su parentesco común, aglutinado en centros urbanos cada vez más complejos gracias al ‘barrio’.

Los vecinos del calpulli reconocían como gran protector del grupo, en lo administrativo, al calpultéotl. La propiedad era comunal, el usufructo familiar y a los miembros del consejo la distribución de las parcelas del calpulli a partir de las cabeza de familia.

Las tierras disponibles del calpullalli quedaban a solicitud de los miembros del calpulli, que las podían pedir, no menos que sobre las tierras del teccalli o casa de gobierno. Había unidad profesional interna. Se considera que la profesión era uno de los dones del calpultéotl.

Este proceso lo cerraba el tecuhtli o “juez”, representante del tlatocáyotl. Su manutención la sostenían los teccaleque del calpulli, y su competencia del gobierno externo se extendía hasta el mando militar y el régimen tributario.

Finalmente digamos que el régimen tributario del calpulli terminaba siendo una unidad tributaria ante el tlatocáyotl, lo cual exigía que la recepción del tributo corriera por cuenta del tecuhtli.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de abril de 2023 No. 1447

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