Por P. Fernando Pascual
Toda persona que comete un delito, o al menos es acusada de haberlo cometido, tiene una serie de datos que lo caracterizan.
Será hombre o mujer, joven o de edad adulta, con o sin trabajo, del barrio cercano o llegado de otra parte de la ciudad, con o sin estudios, con o sin religión.
Esos datos pueden explicar algo o pueden no explicar nada. Los problemas surgen cuando se da demasiada relevancia a unos datos al informar sobre el delincuente, o cuando por motivos no claros se ocultan otros datos.
No resulta fácil, para los periodistas, seleccionar las informaciones sobre esa persona que se ha manchado las manos con un acto delictivo.
Si se trata de un político, su condición pública permite que los datos fluyan con facilidad, aunque también aquí existe el peligro de informar “demasiado” o “demasiado poco”.
Si se trata del propietario de un bar, o de un vendedor ambulante, o de un médico, o de un profesor de universidad, o de un vagabundo, las informaciones pueden sufrir “cortes” para evitar juicios apresurados en la gente que vayan contra ciertos colectivos.
Al informar sobre cualquier hecho delictivo, lo importante es dar a conocer aquello que sea útil para dos fines básicos: proteger a las víctimas, y promover medidas concretas para corregir y rehabilitar a los delincuentes.
Cualquier difusión de datos e informaciones que esté orientada a manipular, denigrar, despreciar, a personas o a grupos por motivos ideológicos y discriminatorios va contra la ética del buen periodismo y contra la justicia.
Lo anterior adquiere una mayor relevancia cuando no hay certeza sobre el culpable de un hecho, y se divulgan datos sobre el posible delincuente que llevan a promover odio hacia categorías concretas de miembros de la sociedad.
En el mundo ya gira demasiado odio, desinformación, manipulaciones, y uso de hechos verdaderos para atacar a quienes vienen de lejos, o a los que viven cerca, o a los ciudadanos que ejercen determinadas profesiones, o a los creyentes de alguna religión concreta, o a los que no tienen ninguna creencia religiosa.
Frente a ese odio, hay que reflexionar bien antes de divulgar datos e informaciones sobre delincuentes concretos, siempre en vistas de los dos fines antes mencionados. Sin olvidar el necesario, además, un buen uso de la lógica, que nos recuerda que una persona de un grupo no representa a todo ese grupo, aunque haya cometido un delito sumamente grave…