Leyendo las Sagradas Escrituras se descubre que en la historia de la humanidad hay guerras que no van a poder ser evitadas.
Con esto no se quiere señalar que Dios haya deseado o planeado que tales conflagraciones sucedan, pues en tal caso se estaría cayendo en la misma herejía que los protestantes calvinistas, que sostienen en su doctrina de la predestinación que Dios desde el principio predeterminó cuál ser humano debía salvarse y cual debía condenarse.
Esta herejía contradice las Sagradas Escrituras, por ejemplo, I Timoteo 2, 4, que enseña que Dios quiere que todos los hombres se salven.
El error surge de confundir la predestinación con la omnisciencia de Dios. Como el Señor es Omnisciente, puede ver el pasado, el presente y el futuro. Y si la Biblia anuncia que habrá determinadas guerras en el futuro, no es porque el Altísimo las haya planeado, sino porque respeta la libertad de sus criaturas y sabe quiénes y cuándo le dirán “no” a su divina voluntad.
En estos casos, aunque las oraciones no logren impedir las guerras, Dios puede intervenir en favor de quienes le son fieles, ya sea acortando el tiempo y extensión del conflicto, protegiendo a personas o comunidades, o impidiendo el efecto de armas nucleares, etc.
Por ejemplo, cuando el 6 de agosto 1945 una bomba atómica fue arrojada por Estados Unidos sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, la ciudad quedó devastada; pero a una casita que había a un lado del templo católico no le pasó nada, ni tampoco a sus ocho habitantes, que estaban dentro al caer la bomba. Eran misioneros que a diario rezaban el Rosario e intentaban vivir el mensaje de la Virgen de Fátima.
Los ocho tuvieron una larga vida, y fueron preservados del cáncer, la ceguera y demás horribles dolencias a corto, mediano o largo plazo que conlleva la exposición a la radiación nuclear.
Guerras anunciadas
Nuestro Señor Jesucristo advierte que, cerca del final de los tiempos, “oiréis hablar de guerras y de rumores de guerra; pero no os turbéis, porque es preciso que esto suceda, mas no es aún el fin. Se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá hambres y terremotos en diversos lugares; pero todo esto es el comienzo de los dolores” (Mateo 24, 6-8).
San Juan vio al Cordero (Cristo) abriendo siete sellos. “Cuando abrió el segundo sello, (…) salió un caballo bermejo, y al que cabalgaba sobre él le fue concedido desterrar la paz de la Tierra, y que se degollasen unos a otros, y le fue dada una gran espada” (Apocalipsis 6, 3-4). Y este jinete y el del hambre y el de las epidemias reciben “poder sobre la cuarta parte de la Tierra, para matar por la espada, y con el hambre, y con la peste” (Apocalipsis 6, 8).
En el Antiguo Testamento, Dios llamó al profeta Ezequiel y le dijo: “Hijo de hombre, vuelve tu rostro a Gog, de la tierra de Magog, príncipe soberano de Mesec, de Túbal, y profetiza contra él” (Ezequiel 38, 2).
La tierra de Magog era hogar de los magogitas en los tiempos de Ezequiel. Después los magogitas pasaron a llamarse escitas en los tiempos de Roma. Y no son otros sino los habitantes del territorio que hoy corresponde al sur de Rusia y Ucrania. Por su parte, los descendientes de Mesec y Túbal también forman parte del pueblo ruso moderno.
Ya en el último libro de las Escrituras, Gog y Magog vuelven a ser nombrados, en relación a una batalla anterior al Juicio Final:
“… será Satanás soltado de su prisión y saldrá a extraviar a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la Tierra, a Gog y a Magog, y reunirlos para la guerra, cuyo ejército será como las arenas del mar. Subirán sobre la anchura de la Tierra, y cercarán el campamento de los santos y la ciudad amada. Pero descenderá fuego del cielo y los devorará. El diablo, que los extraviaba, será arrojado en el estanque de fuego y azufre, donde están también la bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 20, 7-10).
La buena noticia
Entonces la buena noticia es que, en el momento propicio, Dios, que es el único y verdadero Señor del Universo, establecerá su reinado y no habrá más guerras: “Él juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra” (Isaías 2, 4).
TEMA DE LA SEMANA: «¿PUEDE LA ORACIÓN DETENER LA GUERRA?»
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de marzo de 2022 No. 1391