Fue el propio Cristo quien, en su infinita misericordia, instituyó para su Iglesia los siete sacramentos, a fin de conferir la Gracia.

La Gracia es el don de Dios que eleva a lo sobrenatural a la criatura humana. Sin la Gracia es imposible alcanzar la salvación y la santificación. Gracia y gratis son dos palabras con un mismo origen; provienen del latín gratia, que significaba “favor, benevolencia”. La Gracia proviene únicamente de Dios, que la da gratuitamente en el sentido de que el hombre nada puede hacer por sí mismo para auto-adjudicársela o comprarla.

Entonces, la razón para la cual existen los sacramentos es para conducir a los hombres a la salvación eterna.

Un don despreciado

Sin embargo, desde hace años, cuando los sacramentos aún estaban fácilmente disponibles en el mundo occidental, ya se empezaba a vivir un gran enfriamiento respecto de éstos.

Ante los sacramentos de la iniciación cristiana, que son Bautismo, Confirmación y Comunión, demasiadas familias deciden postergarlos por razones equivocadas: que no hay recursos para hacer una gran fiesta, que no han encontrado todavía un padrino adinerado y/o poderoso, que hay que esperar a que los parientes de Estados Unidos puedan venir algún día, etc.

Otras veces simplemente prevalece la desidia o indiferencia; pero igualmente es algo muy grave frente a la voluntad de Dios, pues Jesucristo dice: “Dejad que los niños se acerquen a Mí” (Mateo 19, 14); y especifica respecto de los tres sacramentos de la iniciación cristiana: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Juan 3, 5), y “si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Juan 6, 53).

El matrimonio también

Algo parecido ocurre también con el sacramento del Matrimonio: demasiadas parejas deciden vivir juntas, en estado permanente de pecado, con frecuencia sólo porque no están dispuestas a tener una boda sencilla.

Abundan en televisión por cable los reality shows que venden la idea de que una boda sólo vale la pena si la novia tiene el vestido perfecto, el salón de fiestas más caro, las flores más exóticas, etc., porque “se merece” todo lo que ha soñado para “su día”. Pero es una apreciación falsa, pues al ser el Matrimonio un sacramento, Dios actúa a través de éste de forma gratuita, santificando la unión, y no porque los novios merezcan algo.

¿De quién es la culpa?

El problema actual es, pues, que la mayor parte de la gente no tiene noción alguna sobre el origen y el efecto sobrenatural de los sacramentos.

Es una situación en la que, desde luego, los pastores de la Iglesia han contribuido al no ser suficientemente claros y contundentes en la enseñanza, quizá por un cierto miedo a disgustar a los feligreses.

Pero los padres de familia son los mayores culpables, pues a ellos se les confió la vida espiritual de sus hijos; si los cónyuges están unidos por el sacramento del Matrimonio, significa que le prometieron a Dios que educarían a prole en la fe, y no lo están cumpliendo si no evangelizan a sus hijos, no los enseñan a orar, no los llevan a Misa, no les dan ejemplo de vida cristiana, etc.

Pero el camino de la salvación sigue siendo el mismo, Cristo Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida; nadie va al Padre, sino por Mí” (Juan 14, 6).

TEMA DE LA SEMANA: «SACRAMENTOS: ¿ES QUE IGNORAMOS QUE HEMOS DE IR A PARAR A SUS MANOS?»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de marzo de 2022 No. 1392

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