Por P. Fernando Pascual

Reaccionamos con mayor o menor intensidad ante los diferentes acontecimientos de la vida.

Reaccionamos ante una noticia en la prensa, ante un comentario de un familiar, ante una subida de precios, ante un retraso en el horario de trenes.

Las reacciones, en ocasiones, tienen un sentido de “contra”. Reaccionamos contra un abuso de autoridad, contra una mentira, contra un comportamiento racista.

Las reacciones surgen desde convicciones profundas o desde respuestas casi instintivas según nuestro modo de ser.

Cuando en el autobús alguien nos pisa el pie, la reacción pude llegar a ser una queja serena o palabras más bien agresivas. Es algo casi automático, espontáneo, incontrolable.

En cambio, cuando leemos una noticia, el comentario que podamos ofrecer en Internet como reacción puede ser más reflexivo, para apoyar lo leído, para matizarlo, o para corregirlo.

Una reacción excesiva puede causar daños, en uno mismo o en otros. Una reacción demasiado tibia o pospuesta por indecisión también puede ser dañina.

Lo importante, cuando reaccionamos “ante” o cuando reaccionamos “contra”, es ver si tenemos razón, si buscamos un bien verdadero, si respetamos a los demás en sus derechos fundamentales.

Después, veremos la manera de que la reacción sea de utilidad (siempre que sea correcta), de forma que nos disponga adecuadamente ante lo nuevo que hemos observado, y nos oriente en las decisiones que tomamos cada día.

Lo que luego ocurra dependerá de otros factores y, muchas veces, también de las reacciones de otros. Reacciones que generarán nuevas respuestas de nosotros mismos que, esperamos, surjan desde la prudencia, la serenidad, y un profundo deseo de promover la justicia y la armonía entre todos.

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