Por Isabel Llamas Macías
Las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra. Quienes tuvimos la increíble fortuna de estar cerca de él, somos testigos de la congruencia que lo caracterizaba. Mi papá, Faustino Llamas Ibarra fue un hijo ejemplar, el mayor de 7, esposo durante 39 años de Martha Macías Díaz Infante (QEPD), papá de 9 hijos y fundador de varias obras sociales en Querétaro, Cuba y Perú. Fue un destacado médico neurocirujano, sencillo en su trato y muy generoso. Desde niño fue dejando huellas de Fe, Esperanza y Caridad. Con anécdotas, intentaré presentarte a mi papá.
Mis abuelos acostumbraban a darles 50 centavos a sus hijos por bolear zapatos. Mi papá boleaba tantos zapatos como pudiera pues estaba ahorrando para una bicicleta. Cuando por fin logró reunir lo necesario, la compró. No pasaron muchos días cuando el panadero que surtía en casa a mis abuelos llegó caminando en vez de en su bici. Esto extrañó a mi abuela quien le preguntó dónde estaba su bici y este, muy desilusionado, le contó que se la habían robado. Mi papá (que para entonces tendría 11 años) escuchó esto y no lo pensó dos veces, fue por su bici y se la regaló al panadero. Esa generosidad sólo aumentó con los años, se desprendía muy fácilmente de las cosas materiales con tal de ayudar a alguien más.
No perdía oportunidad
Teniendo ya 9 hijos se vino la devaluación del 94. Una tormenta perfecta para poner a prueba su confianza en la Divina Providencia. Ni un solo día lo vi angustiado o desesperado por la situación (y eso que en juego estaba la casa en la que vivíamos). Eso sí, jamás dejó de hacer lo que le tocaba: rezar y trabajar. No perdía cualquier oportunidad que se le presentaba para hacer una caridad y buscar que la persona que estaba frente a él se acercara a Dios.
Aprovechaba el tiempo de tal manera que parecía que sus días tenían más horas que el resto de la gente. Empezaba su día a las 4 de la mañana, se encomendaba y empezaba a estudiar (hablaba 11 idiomas); a las 5:15 salía de casa caminando para llegar puntual a misa de 5:30 y llevaba su flauta para tocar canciones de misa. Saliendo, regresaba a la casa, se tomaba algo rápido y se iba a pasar visita o a dar clases. Daba consulta todos los días en la mañana y en la tarde. Sus cirugías muchas veces eran de emergencia y esto movía su agenda, pero siempre buscaba la manera de cumplir con todo.
Los miércoles y algunos domingos los dedicaba a las casas hogar que él mismo fundó. A pesar de su agenda tan compleja, fue un papá muy presente.
Una anécdota de préstamos
Hubo dos “piezas clave” en la vida de mi papá: mi abuela “Buachela”, que le puso ejemplos de caridad y orden. Y mi mamá, que lo administró con tal maestría que podía ayudar con dinero, tiempo y talento diario. Mi mamá acostumbraba a dejarle una cantidad de dinero en efectivo una noche antes para las limosnas del día siguiente porque saliendo de misa, ya lo esperaban las personas que sabían que recibirían su ayuda diaria. En una ocasión, mi papá, con toda naturalidad le dijo a mi mamá: “Porrita, para mañana necesito 50 pesos más porque debo” y mi mamá se sorprendió mucho: “¡¿A quién le debes?!”. A lo que respondió mi papá muy sereno: “lo que pasa es que llegó un indigente más a pedirme y como ya no traía, le pedí a otro que me prestara y le prometí que mañana se lo pagaría”. Las risas fueron inevitables.
Su generosidad no tenía límites, se entregó por completo a todo aquel que necesitara algo de él. Incluso un riñón de mi papá todavía vive en el cuerpo de uno de mis hermanos. En una ocasión, estando yo en una de las casas hogar que él fundó, recibí su llamada: “Isabelita, va para allá una niña. Recíbela por favor”. A lo que respondí: “Papá, no tenemos una sola cama más, ¡no hay lugar! No se puede”. Su respuesta era para dejarme callada: “es Jesús tocando la puerta, ¿usted le va a decir que no?”.
Fanático de Jesús
Un verdadero fan del Jesús hombre. Se preocupaba por sacar a mujeres de la prostitución, veía la cara de Jesús en cada persona que representara “el último eslabón de la cadena”. ¿Fácil? Seguramente no fue. No había en él poderes sobrehumanos, era un mortal como tú y yo. Estoy convencida de que hubo momentos en los que se sintió cansado, frustrado, enojado… pero, de la mano de Dios, mi mamá y su fuerza de voluntad, lograba sobrellevar las tempestades y sacar lo mejor de cada situación. Murió en un accidente de carretera el 30 de septiembre del 2017, viviendo la caridad.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de febrero de 2022 No. 1390