Por P. Fernando Pascual
Dos películas de animación tocan el tema de familiares que han sido “borrados” en el cariño de los suyos. La primera película es Coco (2017). La segunda es Encanto (2021).
En Coco, Héctor, un músico excepcional ya fallecido, es literalmente eliminado en el recuerdo de la familia: no se conserva su foto, no se menciona su nombre, no se permite el uso de la música porque habría sido, según la acusación familiar, la causa de su ruina y fuente de daños para su esposa (también fallecida) y su hija (en la película, Mamá Coco).
En Encanto, Bruno, que tiene el don de adivinar el futuro, huye ante la incomprensión de su madre, Alma, y vive escondido entre los muros de una casa mágica. Su nombre ha sido borrado en las conversaciones de familiares y de todo el poblado, como se describe en la famosa canción “No se habla de Bruno”.
Tanto Bruno como Héctor aman a sus familias. Sufren al verse despreciados por los suyos. Tienen una pena inmensa porque no pueden desmentir las acusaciones que los han llevado al desprecio de sus seres queridos.
Las dos películas terminan bien. Miguel, el tataranieto de Héctor, entra en el mundo de los muertos y descubre que su familiar es inocente de acusaciones que por años han destrozado su memoria. Mirabel, la sobrina de Bruno, se encuentra con la bondad de su tío y lo defiende ante la enérgica abuela, que piensa que su hijo no ama a la familia.
En la vida real, hay situaciones parecidas: un abuelo o una abuela, un hijo, un tío, una sobrina, un nieto, reciben acusaciones de haber descuidado a otros, de haber destrozado la economía de la familia, de haber cometido delitos graves que son vistos como una deshonra molesta para todos.
Por desgracia, algunas de esas acusaciones son reales. Si un familiar quedó atrapado por el alcoholismo y golpeaba a su esposa y a sus hijos, no puede ser visto con simpatía por el enorme daño que provocó a los suyos.
A pesar de ello, quien ha herido a sus familiares sigue siendo parte de la familia. Muchas veces es la persona que más necesita de apoyo, de comprensión, de cariño.
Es cierto que debe cambiar, si está vivo: nunca podemos permitir que en el hogar haya quien maltrate a otros, los humille, los golpee y perjudique gravemente.
Pero también es cierto que un familiar condenado, que ha fallado, necesita ser rescatado por el cariño de los suyos: padres, hermanos, cónyuges, hijos y todos los que entran en el círculo de la familia.
Ese cariño, unido a la continua ayuda de Dios, abrirá un espacio para el milagro: el regreso a casa de ese familiar que ha dañado a otros, pero que puede pedir perdón, cambiar, y ser acogido con alegría entre los suyos.