Traer siempre una cruz, es el recuerdo del amor de Jesús

Por Rebeca Reynaud

¡Hermana, deme un revolver! No puedo más. ¡Deme un revolver!

Así gritaba un enfermo de artritis, desesperado bajo las garras de un violento ataque. Sucedió en un hospital de Nevers, en Francia. La religiosa no se inmutó. Pensó un momento y luego le entregó al enfermo un crucifijo, diciéndole:

– Esta es el arma que usted necesita.

Aquel hombre, a la vista de Cristo paciente, que sufrió todas las penas y angustias por nosotros, fue serenándose poco a poco.

Tener un crucifijo y ponerlo en la mesa de trabajo y llevarlo en el bolsillo, es una costumbre que nos trae el recuerdo del amor de Jesús, la expresión de su deseo de tenernos con Él para siempre.

En la Edad Media se patinaba en hielo usando en los pies los espinazos de los peces. Ludivina fue una joven que nació en Holanda en 1380. Hasta los 15 años era una muchacha como las demás. Ludivina era aficionada al patinaje sobre hielo. Un día se cayó haciendo ese deporte y se lastimó la columna. El caso es que fue erróneamente tratada y tuvo una supuración interna, que le provocaba dolores insoportables y una lenta y continua debilidad de su organismo. Los médicos dijeron que no había nada que hacer.

Los médicos no la ayudaron, pero encontró a un sacerdote, el Padre Pott, que la auxilió. Llevó a la enferma ante una cruz y le dijo estas palabras: “He aquí tu libro, léelo continuamente”. Y esa lectura transformó a la joven. Meditó mucho la Pasión de Cristo y descubrió que su vocación era ofrecer sus dolores por la conversión de los pecadores. Decía que la meditación de la Pasión del Señor y la Comunión eran las dos fuentes que le daban valor, paz y alegría.

El perdón, que nos dan al confesar nuestros pecados en el Sacramento de la Reconciliación, viene de la cruz. El misterio de la cruz se prolonga en la Eucaristía. “En la Sangre de Cristo encontramos la fuente de la misericordia”, decía santa Catalina de Siena. La reconciliación encuentra su sello en la Eucaristía. La comunión requiere un corazón limpio y purificado.

Permanecer con Él hace que nuestra vida sea fecunda y, con la adoración permanecemos con Él.

¿Cómo afronta Jesús su crucifixión?

Según el Padre la Palma, una honda alegría lo llevó a extender sus brazos sobre la cruz, para que se supiera que estaban abiertos para los pecadores arrepentidos… Vio a los mártires, que por su amor, iban a padecer un martirio semejante. Vio el amor de sus amigos, vio sus lágrimas ante la cruz. Vio el triunfo que alcanzarían los cristianos con el arma de la cruz. Vio a tantos hombres que iban a ser santos, porque supieron vencer al pecado y morir como Él (cfr. La Pasión del Señor, pp. 168s).

Jesús pensó ese día cómo íbamos cada uno de nosotros a besar el crucifijo.

Gregorio Marañón fue un médico converso que recitaba una copla popular a la Virgen, con emoción: “Te llamé en la angustia mía, Virgen de la Soledad. Y me diste compañía; ¿quién pudiera decirlo mejor?”.

Pemán hace también una derivación de la soledad de María:

Y séame por piedad, / Señora del mayor duelo, / tu soledad sin consuelo, / consuelo en mi soledad.

FUENTE: Ricardo Sada, Meditaciones de Semana Santa y Pascua (tomadas de Cinco&cinco, Minos, México 2015), y Reflexión de Justo Lofeudo.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de abril de 2022 No. 1397

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