Por P. Antonio Escobedo c.m.

Domingo de Ramos (Lc 22,14 – 23,56)

Se acercaban los días de la Pascua, una de las fiestas más importantes del pueblo judío. Ese año sería diferente porque Jesús moriría. Pero antes de ello, subía a Jerusalén donde sería coronado rey.

Cuando la multitud lo recibe esperaba que se restableciera de nuevo el reino de su padre David y así, convertirse en un Mesías portentoso lleno de gloria y majestad. Jesús en verdad era glorioso y majestuoso, pero de manera completamente distinta a lo imaginado. Para empezar no monta un caballo, sino un asno. Con este gesto se pone de relieve el significado del poder monárquico para Jesús.

El significado es claro cuando se lee el episodio a la luz del profeta Zacarías (Zac 9,9-10). El profeta invita a alegrarse porque el rey llega a Jerusalén montado sobre un asno y dispersará a los caballos del enemigo. El oráculo de Zacarías contrasta al burrito delante del caballo. Mientras que éste último es visto como un animal destinado a la guerra, el asno, por el contrario, es un animal pacífico que sirve sobretodo para el transporte de mercancías.

Un rey que llega sobre un carro armado y con caballos muestra que quiere fundar su autoridad sobre la fuerza de las armas. Un rey montado sobre el asno indicará una monarquía de servicio, de trabajo pero sobretodo de paz. De esta manera, se resaltan las características de la realeza de Jesús: es un rey pacífico y no un guerrero que derrama sangre. Así, se coloca la suntuosidad en contraste con la humillación. Jesús es caracterizado por su miseria, por su condición de servicio, por su participación misteriosa a la santidad de Dios. Se trata de un reinado mesiánico que se realiza mediante la humildad y que llegará a plenitud en el momento de su muerte. Desde la cruz, Jesús indicará el tipo de monarquía que quiere establecer. Esto supone un fuerte disentimiento entre diversas formas de concebir el poder y la elección preferida por Jesús.

Nosotros ¿qué tipo de poder elegimos?

Dentro del drama de la Pasión resalta el actuar de Pilato quien pregunta a los judíos: “¿quieren que les suelte al rey de los judíos?” Los judíos prefieren a un bandido. Ellos han hecho prisionero a su rey. Paradójicamente quien viene a liberarnos se hace esclavo.

El evangelio nos lleva a reconocer dónde está la libertad verdadera. Los judíos no son libres por ser herederos de Abraham, por muy orgullosos que estén de ello, tampoco lo son por apetecer la independencia de Roma. En su interior, si no pueden liberarse del pecado, son esclavos. Si no alcanzan a descubrir la verdad, son esclavos. Si no creen en el Enviado de Dios, siguen en la oscuridad y la esclavitud. Por el contrario, si se mantuvieran en la Palabra “conocerán la verdad y la verdad los hará libres”.

¿Somos en verdad libres? ¿Dejamos que Jesús nos comunique su admirable libertar interior? Él sí fue libre. Libre ante su familia, ante sus mismos discípulos, antes las autoridades, ante los que entendían mal su mesianismo y le querían hacer rey. Fue libre para anunciar y para denunciar. Siguió su camino con fidelidad, con alegría, con libertad interior. Cuando estaba en medio de juicio, era mucho más libre Jesús que Pilato.

Imagen de Yael Portabales en Cathopic

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