Por Arturo Zárate Ruiz

Pensamos en nosotros mismos más con recuerdos como cuando arriamos 57 vacas de un rancho a otro, que con conceptos como “vaquero”. Es así porque acostumbramos a reconocer y aun juzgar nuestra vida más por medio de narrativas que por ideas simples, pues, como nota Chesterton, nuestra existencia es una historia. Ésta la pensamos además con mayor fuerza por constituir una vivencia muy personal. Pero precisamente por ser tan personal muchas veces no coincide con las vivencias de otros.

Sucede que cada uno habla según le fue en el baile. Y sobre ello surgen muchos desacuerdos, aun conflictos. Tu esposa puede contar cómo, a punto de cocinar un pastel para festejar tu cumpleaños, te pidió que fueras a cortar unos higos. Tú podrías contar que no sólo fuiste en plena lluvia, sino que también entonces te picó una avispa. Aunque ninguno mienta, cada uno recuerda el suceso según aspectos distintos que le son relevantes. Es más, emiten juicios precipitados y rencorosos al respecto, como cuando le dices: “tú me lanzaste al avispero durante el aguacero”. Se agrian entonces tus relaciones con ella y se pierden del mismo modo amistades.

Además, por una experiencia desagradable se cae no pocas veces en generalizaciones apresuradas lamentables. Así, si se burlaron de Pedro al bailar en esta fiesta, que en otra lo invite una muchacha a bailar le lleva a suponer que ella quiere reírse de él, cuando muy posiblemente lo considera atractivo y quiere disfrutar de su compañía. Agréguese a esto que el descontento lleva frecuentemente a exageraciones. A un estornudo se le convierte en un huracán.

Estos ejemplos muestran cómo algunas narrativas afectan las relaciones interpersonales. Ahora bien, también afectan las relaciones entre pueblos y naciones. Cada cual cuenta su historia según le fue. Y suele torcerla y magnificarla según su conveniencia. Algunos vecinos del norte cuentan su historia como la del pueblo justo elegido por Dios, por lo cual se olvidan de cómo despojaron y exterminaron a los nativos que les precedieron. Algunos españoles consideran su conquista de América como una labor que consistió sólo en evangelización. No pocos mexicanos explican su subdesarrollo culpando del todo a los españoles, norteamericanos, franceses y demás por su imperialismo, como si no tuviéramos los mexicanos al menos una mínima responsabilidad en ello.

Y no faltan políticos tramposos que construyen historias a su favor. Nada de tragicomedias, sino epopeyas aún mayores que la misma Ilíada, con héroes y villanos. Por supuesto, ese político es el superhéroe que culminará la gesta de una serie de otros héroes previos, y que han luchado contra quienes él identifica como infames (la Iglesia y sus fieles en no pocas narrativas oficiales), y que el pueblo debe repudiar.

Hay remedios para estas narrativas tramposas. Aun cuando con la nuestra no mintamos, ella no es sino una visión incompleta de la realidad. Escuchemos de otros sus versiones de lo que ocurrió y así tendremos una visión más completa. Revisemos también varias explicaciones alternativas de lo que pasó, por ejemplo, que la intención de tu esposa fue cocinar con higos frescos tu tarta de cumpleaños la cual estaba casi lista para el horno, o simplemente que fuiste negligente en no tumbar el avispero cuando hacía meses lo viste y que además, imprudente, no te cuidaste de él ahora cuando ya tenía el tamaño de un balón de futbol. Eso aplicaría no sólo a las historias personales, también a las de comunidades y naciones, y a las que cuentan los políticos.

Conviene recordar además que no somos santos, ni siquiera héroes perfectos, las más de las veces, si nos va bien, simples juglares. No dividamos el mundo en blanco y negro. Todos hemos hecho cosas buenas, pero también cometido errores. Incluso pecamos. Si vamos a estar resentidos por loúltimo con el vecino, acabaremos odiando a todos, y no habría nadie con quien intercambiar saludos. Pongámonos en los zapatos del prójimo, si no para simpatizar con él, al menos para entenderlo. Perdonémonos si se obró mal. Y amémonos como Dios lo hace. El sol brilla sobre los justos y los injustos.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de abril de 2022 No. 1395

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