Por P. Alejandro Cortés González-Báez

Es evidente que cada individuo tiene su muy personal forma de ser, todos somos distintos aunque por otra parte los genes y la convivencia con familiares y amigos influye en nuestra personalidad. Los gustos, las aficiones, nuestra forma de expresarnos, tanto oralmente como por medio de nuestro lenguaje corporal, suelen tener influencias que por lo general son inconscientes. Todo ello nos hace ser como somos.

En nuestras culturas existen expresiones y formas de conducta que permiten descubrir nuestros orígenes. Todo ello no suele ser valorado moralmente como bueno o malo, a no ser que algunas conductas vayan directamente en contra de la naturaleza y dignidad del ser humano, la familia y sus derechos inherentes.

Dicen por ahí que cada uno con sus cadaunadas. No cabe duda que todos tenemos la libertad para pensar y vivir como nos guste a pesar de que eso no les plazca a otros; claro está, mientras no ofendamos la libertad de los demás. También es cierto que podemos exagerar y caer en verdaderas rarezas, es decir cuando nuestra conducta rompe seriamente los estándares culturales de un grupo o sociedad.

Pero estaremos de acuerdo que la frontera que separa las rarezas de las peculiaridades muchas veces es imposible de delimitar. De alguna forma me atrevo a decir que todos somos raros para alguien, pues por diversos motivos siempre habrán personas a quienes les caigamos mal y, por lo mismo, todo lo que digamos a hagamos les parecerá raro.

Ahora bien, si nuestra originalidad es incompatible con la realidad, podemos decir que estamos ante un problema patológico. Por ejemplo, hoy recibí un video —real— de una joven a la que un doctor le informa que está embarazada, pero ella fue a pedir una segunda opinión, esta vez con una doctora que confirma su embarazo, y aun así —indignada— dice que eso no puede ser, dado que ella se convirtió en un hombre trans-sexual; y como los hombres no pueden concebir hijos, no acepta las pruebas que le hicieron.

En las ciencias y las artes es frecuente encontrar personas raras a las que consideramos auténticos genios por sus elevados coeficientes intelectuales o por sus extraordinarias capacidades de interpretar sus personajes, o de pintar. Pensemos, por mencionar dos ejemplos concretos, en Albert Einstein y en Salvador Dalí.

Entre los adolescentes es más frecuente descubrir formas raras de vestir y de expresarse dado que desean distinguirse de los adultos y de los niños. En definitiva, van buscando su propia personalidad; les urge tener una identidad que los distinga, desean llamar la atención haciéndose independientes de sus padres.

Este tema tiene mucha relación con la madurez. Nota: No confundir esta con conductas estereotipadas o rígidas. La auténtica sabiduría que se combina con la responsabilidad, y nos hace más valiosos, nos debe llevar a vivir pensando y sirviendo a los demás. De forma necesaria podremos ser muy nosotros mismos, “muy yo”, disfrutando nuestra vida con todas nuestras rarezas.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de enero de 2024 No. 1490

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