Por P. Fernando Pascual
Un fenómeno que se ha repetido a lo largo de la historia humana, y que sigue presente en nuestro tiempo, consiste en el enaltecimiento generalizado de quienes estuvieron bajo una bandera declarada como buena, y en la condena colectiva de quienes estuvieron bajo otra bandera declarada como mala.
Así, al emitir un juicio ético sobre esta o aquella guerra, los que lucharon bajo una bandera declarada justa quedan cubiertos de una aureola que los exalta como héroes, paladines de la libertad, defensores de lo correcto.
En cambio, quienes lucharon contra esa bandera por haber defendido la causa opuesta, reciben un estigma de desprecio: son los villanos, que lucharon a favor del mal y que no merecen homenajes ni reconocimientos.
Con un poco de sentido común, y con una buena dosis de amor a la verdad, es fácil reconocer que ha habido, y hay, quienes militan por una causa declarada como buena y que se han comportado como auténticos delincuentes, criminales, egoístas, codiciosos.
Al revés, y con sorpresa para muchos, ha habido, y hay, quienes militan por una causa declarada como mala que se han comportado como caballeros, como honestos, como personas capaces de ayudar y defender a inocentes.
Por encima de las banderas, si sabemos dejar de lado etiquetas fáciles y anatemas colectivos, podremos reconocer que hay personas buenas y malas en los dos lados de un frente, sea en las guerras, sea en los debates políticos y sociales donde compiten ideas diferentes.
Reconocer este fenómeno no implica declarar que una bandera mala sea buena, ni que la buena sea mala, ni que da igual qué bandera (o idea, o proyecto) defiendan unos u otros.
Se trata, más bien, de reconocer que hay personas de buena voluntad que por motivos diversos luchan por una causa equivocada, sin perder por ello la integridad moral que les caracteriza y que conservan y aplican entre trincheras o en los debates de un parlamento.
Como también hay personas de mala voluntad que se excusan con la idea de que defienden una causa justa para luego calumniar, perseguir, incluso asesinar, a seres humanos inocentes.
En un mundo donde abundan las idealizaciones históricas, los tópicos baratos, los engaños colectivos, hace falta promover estudios serios y análisis bien elaborados, para evitar narraciones que falsean el pasado, y para reconocer lo bueno o lo malo que haya caracterizado a cada ser humano, independientemente de la bandera o del partido al que haya servido en algún momento concreto de su vida.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de abril de 2022 No. 1395