Por P. Fernando Pascual

En ocasiones encontramos a “malos” que se presentan como “buenos”, que no reconocen las injusticias que cometen, incluso que acusan a los “buenos” de ser “malos”.

Eso ocurre, de un modo casi escandaloso, en guerras de agresión. Quienes han iniciado la agresión bélica con motivos fútiles y desde ambiciones completamente injustas, quieren presentarse a sí mismos como justos, como buenos, mientras que buscan por todos los medios posibles denigrar a los invadidos.

Es fácil señalar un motivo de este tipo de comportamientos: los malos, por más malos que sean, no dejan de intuir la importancia de no parecer como malos, de ser reconocidos como buenos para “justificar” sus fechorías (que, según ellos, serían acciones plenamente justas).

Sabemos, sin embargo, que la mona vestida de seda sigue siendo mona, y que el criminal, el dictador, el genocida, el usurero, y toda la larga lista de personas malignas, siguen siendo malos, por más que busquen parecer lo contrario.

Pero el hecho de que la mona busque vestirse de seda, de que los malos intenten, con mayor o menor habilidad, presentarse como buenos, significa un reconocimiento de que la bondad tiene siempre un valor muy superior a la maldad.

Ello no quita que el hecho de que un criminal busque parecer bueno, en ocasiones, aumenta su culpa. Un comportamiento así solo se explica por un alto nivel de perversión interior, al pretender que lo malo sea presentado como bueno, al intentar esconder los propios delitos bajo máscaras falsas de inocencia.

Frente a quienes, en su perfidia, intentan desprestigiar a las víctimas y aparecer no como verdugos, sino como benefactores de la humanidad, hay que levantar en alto la bandera de la verdad y de la justicia.

No podemos permitir que el mal avance, con ropajes de engaño y con hipocresías absurdas. Hay que denunciarlo con fuerza, al mismo tiempo que trabajamos, con sencillez y honestidad, en la promoción de la verdadera bondad que construye relaciones y sociedades más fraternas y auténticamente justas.

 

Imagen de Sam Williams en Pixabay


 

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