Podremos engañar al mundo, pero nunca nos engañaremos a nosotros mismos, por lo menos, no para siempre.
Por Mónica Muñoz
Estamos en una época en la que los valores se están dejando de ejercer, debido a circunstancias tales como la conveniencia, el desconocimiento, la apatía u otros motivos, porque es cierto que actuar correctamente cuesta mucho esfuerzo y a veces se puede perder más de lo que se tiene calculado, sin embargo, con el tiempo, la verdad sale a relucir y los hechos apegados a la rectitud brillan por encima de las mentiras. Eso es lo que a muchos testigos de la verdad los ha sostenido a ser fieles a sus principios, incluso hasta el punto de entregar sus vidas. Me vienen a la mente el sinnúmero de mártires que en veintiún siglos de la era cristiana han preferido morir antes que traicionar a Dios.
La traición
Pero, ¿qué significa la palabra traición? Esta es una falta que comete una persona que no cumple su palabra o que no guarda la fidelidad debida.
Podríamos poner muchos ejemplos que aclaren este vocablo: uno puede ser el faltar a la palabra dada en el matrimonio, donde la fidelidad es un voto que esposo y esposa se prometen mutuamente. Si uno de los cónyuges mira a otra persona con malos deseos, ha cometido infidelidad, no importando que no lleguen al plano físico, pues la mente maquina lo que después se convierte en actos.
O podemos pensar en la traición de un amigo a otro, que puede darse al revelar un secreto confiado o al hablar mal de él con otra persona o al envidiar sus posesiones deseando que las pierda. O bien, la traición que puede darse entre los integrantes de una misma familia, que se dividen por obtener los bienes de sus padres.
Sí, la traición es un acto terrible en toda la extensión de la palabra porque sale del fondo del corazón, señal de que ese ser humano no está contento consigo mismo y tiene serias carencias emocionales y espirituales.
Es este pensamiento el que arrastra a la reflexión profunda acerca de la fidelidad a uno mismo. Porque es posible traicionarse, lo que considero más grave aún, por el hecho de que podremos engañar al mundo, pero nunca nos engañaremos a nosotros mismos, por lo menos, no para siempre. Puede ser que nuestra conciencia permanezca anestesiada, ya que, cuando cometemos un acto incongruente en contra de lo que pensamos, surge una especie de mecanismo de defensa que busca excusas para mitigar el incidente, como ocurre con aquel que es presa del vicio o de algún defecto grave y utiliza pretextos para justificar su actitud.
El despertar de la conciencia
Sin embargo, con el paso del tiempo, la conciencia puede despertar, o por lo menos, tener visos de lucidez, en los que la persona reconoce que se ha dañado y ha dañado a los demás. ¿Qué hacer antes de entrar en tan comprometido estado? Les sugiero el siguiente método: primero, hay que hacer una lista de valores, como verdad, justicia, honestidad, etc. En seguida, analizar el significado de cada uno, pensando en situaciones concretas en las que se cometa alguna falta contra ellos, por ejemplo, la justicia se refiere a dar a cada uno lo que merece y falta a la justicia quien no paga su sueldo a sus trabajadores, o se queda con algo que no le pertenece.
Ser fiel a uno mismo es difícil, ya que, si no vigilamos nuestro comportamiento, podríamos traicionarnos continuamente, provocando nuestra propia denigración moral. Cuidémonos y corrijamos nuestros malos hábitos, que, dicho en palabras que muchos consideran obsoletas, son pecados graves que pueden llevarnos a perder nuestra alma.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de mayo de 2022 No. 1399