Por Fernando Pascual
Cuando uno dirige su mirada a la primera mitad del siglo XX, se sorprende ante el auge de movimientos ideológicos totalitarios que iban en contra de la dignidad de la persona y que buscaban instaurar Estados opresores.
Frente a esos movimientos, sobre todo frente al nacionalsocialismo de Hitler, se alzó firme la voz de un filósofo alemán convertido al catolicismo. Se llamaba Dietrich von Hildebrand (1889-1977). Sus recuerdos están plasmados en el libro Mi lucha contra Hitler (Rialp, Madrid 2016).
Las críticas de Hildebrand frente al nazismo fueron numerosas e iban directamente a las ideas de fondo. No buscaba simplemente criticar los delitos contra inocentes, la violencia verbal, los abusos de la policía, la inacción ante las agresiones de los nazis.
Hildebrand veía en Hitler y en su movimiento político un ataque directo contra las personas, contra el ser humano en cuanto dotado de dignidad y de espiritualidad. Ese ataque se concretaba, sobre todo, en dos puntos centrales: el racismo, y el estatalismo.
El racismo llevaba a distinguir entre los seres humanos por un aspecto externo, por un dato de nacimiento. A partir de ese aspecto externo, se exaltaba a la “raza superior”, y se despreciaba a aquellos grupos humanos, sobre todo los judíos, considerados como inferiores.
“Estos factores, el racismo materialista, el antipersonalismo, el naturalismo y el totalitarismo, no son elementos meramente accidentales, como ocurre por ejemplo con la oposición ideológica del socialismo a la cultura, sino que están profundamente enraizados en el espíritu y la esencia mismas del nacionalsocialismo” (artículo de Hildebrand publicado el 14 de octubre de 1934, cf. Mi lucha contra Hitler, p. 211).
Defender el racismo va en contra de la doctrina católica, de forma que ningún auténtico creyente en Cristo podía tomar una actitud conciliadora frente a las posiciones de Hitler y sus seguidores.
“El contraste entre el racismo y la doctrina católica es aún más radical. Todo hombre, sea cual sea su raza, ha sido creado por Dios a su imagen. Todo hombre tiene un alma inmortal destinada a una comunión eterna con Dios. Según la doctrina católica, la raza constituye un factor biológico absolutamente secundario y accidental, sin ninguna consecuencia en la capacidad del hombre de alcanzar su destino eterno, ya que los valores que está llamado a reflejar no se hallan de ningún modo determinados por la raza” (artículo publicado por Hildebrand en 1941, cf. Mi lucha contra Hitler, p. 192).
Por lo que respecto al estatalismo, o al nacionalismo, o al culto a la masa por encima de la dignidad de las personas, Hildebrand denunciaba una y otra vez cómo esa doctrina era funesta y cómo no podía ser aceptada por quienes fueran verdaderamente herederos de la tradición cultural del Occidente plasmado por el cristianismo.
Sobre este punto, son numerosas las reflexiones y los escritos de Hildebrand, entre los que destaca su libro Metafísica de la comunidad (1930). Este filósofo alemán destacaba sobre todo los riesgos tanto del individualismo como de una exaltación del grupo (masa, Estado, clase, raza) que vaya contra la dignidad humana.
Sobre este punto, al final de uno de sus artículos, Hildebrand afirmaba:
“Como he afirmado a menudo en estas páginas, el antipersonalismo moderno que hallamos en el bolchevismo y en el nacionalsocialismo no representa una victoria sobre el individualismo liberal, sino su consecuencia última y más radical. Solo la rehabilitación del ser humano como persona espiritual, como un ser con un alma inmortal destinada a la comunión eterna con Dios, puede evitar que nos disolvamos en la masa y llevarnos a la comunidad genuina” (artículo del 12 de enero de 1936, cf. Mi lucha contra Hitler, p. 240).
Recuperar el verdadero sentido de la vida humana, comprender adecuadamente las relaciones entre las personas y las comunidades, permiten evitar errores como los que llevaron a varios países del mundo a sufrimientos indescriptibles por culpa de tiranos que pueden ser considerados como auténticos representantes del Anticristo. De hecho, Hildebrand no dudaba en describir así al mismo Hitler.
Frente a quienes en el pasado como en el presente toman actitudes tibias contra doctrinas como las del nazismo o del comunismo, hace falta responder con la valentía de tantos hombres y mujeres, como Hildebrand, que saben señalar las raíces de los errores totalitarios, y promueven un personalismo espiritualista, que reconoce como parte de nuestra humanidad la apertura a Dios y la pertenencia a comunidades que se fundamenten en el respeto a las personas.
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