Para evitar malas relaciones y matrimonios fallidos, los padres deben centrarse en enseñar a los hijos virtudes y amor al servicio y, la Iglesia, en ofrecer mejores pláticas prematrimoniales

Por Alejandro Cortés

Entiéndelo: Ese muchacho no te conviene. ¿No te das cuenta que su educación es muy distinta a la tuya? ¿No te das cuenta que su familia es disfuncional? ¿No ves que sus principios son diferentes a los nuestros? ¿Qué, no te das cuenta cómo te trata, y que te la pasas llorando por su culpa cada vez que se pelean? ¿Quieres vivir así toda la vida? ¡Habiendo tantos muchachos en el mundo te fuiste a enamorar de él! ¿No ves cómo come? ¿Dónde dejaste tu dignidad? Tienes que darte a respetar. Y acuérdate, que lo que mal empieza, mal acaba.

¡Qué pena que en muchos casos se cumpla lo que dicen aquellas coplas de Cuco Sánchez en su canción Anillo de bodas donde dice: “Hoy vives sufriendo nomás por mi culpa. Perdona lo injusto que fui sin querer, pensando que sólo con mucho cariño, podía darte todo…”.

¿Cómo curar la ceguera de una jovencita (entre los 17 y los 45 años) para que sea capaz de ver lo que a todo el mundo le resulta evidente… menos a ella? Pero, eso sí: ¡Antes muerta que quedarse soltera!

El matrimonio NO ES FÁCIL. Es un asunto reservado únicamente para las mejores almas. No cualquiera es capaz de amar así; pues, en muchos momentos, amar es algo muy difícil.

Ya sé que para muchos la solución está en el divorcio… ¿La solución de qué? El divorcio siempre implica un fracaso, un gran fracaso, que deja heridos a los esposos, a los hijos, y a los otros parientes.

Buen consejo le daba un señor a su hija cuando le comentó: Mira mi niña: Te admito que estés locamente enamorada, lo que no acepto es que estés estúpidamente enamorada.

Tengo un buen amigo que colabora desde hace tiempo en la pastoral de los divorciados, y ha tratado de que le permitan intervenir en los cursos de “preparación prematrimonial” de algunas parroquias, para que los novios escuchen el testimonio de algunas personas que han pasado por pruebas muy duras, pero desafortunadamente quienes hacen cabeza en esas actividades no se lo permiten. ¡Piensan que se los van a espantar! ¡Ay señores… por favor! ¡Un poquito de criterio!

Soy de la idea de que, en distintas formas, todos tenemos parte de culpa en los fracasos matrimoniales que están proliferando. Los padres de familia se han propuesto hacer de sus hijos unos auténticos inútiles facilitándoles todo, y evitando angustiosamente que tengan contacto con la adversidad.

 No los enseñan a servir a los demás, pues ellos mismos consideran que el servicio es algo indigno de quien tiene cierto nivel socioeconómico, o un apellido compuesto con: des, delas, ys, y otras tarugadas por el estilo.

Muchas mamás se interesan más en los arreglos florales de “La recepción” que en las virtudes que deberían haber fomentado en sus hijas e hijos desde que eran pequeños. No deberíamos extrañarnos de lo que sucederá cuando llegue el momento del desencanto. Es decir, cuando los recién casados descubran al verdadero indigente (necesitado) al que le prometieron amar para toda la vida.

www.padrealejandro.org

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de mayo de 2022 No. 1399

Por favor, síguenos y comparte: