Por Arturo Zárate Ruiz
Una falsa compasión, podríamos llamarle sensiblería, consiente prácticas y creencias que perjudican a muchos y ponen en peligro su salvación eterna, por ejemplo, que los pobres roben dizque por necesidad o para recuperar lo que les han robado, es más, que “ladrón que roba a ladrón tiene 100 años de perdón”. Ciertamente, duele la pobreza de muchos mexicanos, pero que roben no resuelve su miseria: la agrava. Primero, quitarse los unos a los otros los magros recursos no borran la pobreza en la sociedad, sólo recrudece el odio; y para salir de pobres se necesita generar riqueza, lo que exige mucho más: trabajo inteligente y, no lo olvidemos, confianza y solidaridad entre las clases. Segundo, robar es peligroso, aún más si el ladrón es tonto, como los 137 huachicoleros que murieron en la explosión de Tlahuelilpan. Tercero, los ladrones pobres se convierten en carne de cañón de los ladrones ricos (no pocos políticos y los capos del crimen organizado). Finalmente, no olvidemos este otro dicho: “Pobre del pobre que al infierno va…”
Por falsa compasión se evitan ahora las evaluaciones escolares, es más, todos pasan. “¡No se vayan a traumar!” si les dices, aunque tengan ya bigote, no que están reprobados sino simplemente que tienen un ocho. ¡Generación de mazapán! Si no en la escuela, todos seremos evaluados al salir de ella: en nuestro centro laboral, por nuestros clientes, por nosotros mismos si queremos al menos conservar el trabajo o los clientes, y, sin negar que Dios es misericordiosísimo, ¡también por Él en el juicio final!
Por falsa compasión se proscriben ahora los castigos de tal modo que no sólo no te es permitido que le detengas el brazo a tu hijo cuando acuchilla a la maestra, no te es permitido ni siquiera que lo mires feo, ¡no le vayas a sacar una lagrimita! Y no se castiga ya a los criminales, pues obraron —dicen los que presumen de liberales— no por libre elección (esa no existe) sino por circunstancias sociales: no sabían los narcos lo que hacían cuando secuestraron a las niñas.
Con un curioso humanismo, hoy a los criminales se les “readapta”, como si fueran maquinitas que se les enviase a un taller a reparación. En cualquier caso, si miramos las condiciones terribles de los “ceresos”, preferiría, si delinquiese, una cárcel. Además, no olvidemos que el infierno es un castigo eterno para quien no reconoce su culpa ni pide perdón al Padre.
No sólo falsa compasión sino falsos “amplios criterios” hacen que cierta gente de “avanzada”, no digo tolere, sino incluso celebre los usos y costumbres de pueblos que practican, por ejemplo, la trata de mujeres y el canibalismo, “forma exquisita de religiosidad”, expresan mientras entornan sus ojos con éxtasis. Esos pueblos merecen nuestra simpatía y apoyo porque, explican, se resisten a someterse a la opresiva cultura cristiana dominante. Y sin pertenecer necesariamente a esta gente de “avanzada”, muchos papás cristianos piden hoy comprensión a las nuevas parejas, especialmente sus hijos, que viven en unión libre. Que son los usos y costumbres contemporáneos, racionalizan, como si los mandamientos de Dios pasasen de moda.
Una falsísima compasión se nos exige hoy hacia las mujeres que abortan, como si ser mujeres las eximiese de la culpa de un asesinato; como si el exigirnos piedad hacia ellas no implicase aún más piedad hacia quien es aún más vulnerable: el niño en su vientre. O fuera de su vientre, que ahora se aprobó el infanticidio en California dizque para no “victimizar” más a su madre que se deshizo del recién nacido tal vez porque sufría depresión posparto.
En fin, una muy falsa compasión la practican algunos líderes espirituales. No hablan del pecado, o del juicio final, o del infierno eterno para el que obró mal y no se arrepintió. “No asustemos a la gente, sino procuremos su contento pues, después de todo —aseguran— Dios es demasiado bueno”. Sí, Dios murió por nosotros para que seamos salvos, pero no olvidemos que esa Cruz donde Él colgó es la medida de la gravedad de nuestros pecados y la medida del castigo que recibiremos de no acogernos a su Misericordia.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 8 de mayo de 2022 No. 1400