Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

Para Jaime y Maité, en recuerdo de nuestra conversación el Viernes Santo de 2022.

Pasaron ya los días de la cuaresma opaca y los roncos sonidos de matraca de las envejecidas torres de los templos cesaron también. Es Pascua. Renace ya la doméstica voz de los campanarios que hasta al Papa de Roma le gustaría escuchar. ¡Cristo Resucitó!

Las calles se han poblado de risas de muchachas y las proclamas de las vendedoras de chía han vuelto a recrear la vida cotidiana de la Patria suave. Ésta, curiosa y recatada, se asoma por la reja con la blusa corrida hasta la oreja y la falda bajada hasta el huesito, para respirar el santo olor de la panadería y saborear el Pan bendito y el pan de cada día. Es verdad, Patria suave: tú vales por el río de las virtudes de tu mujerío, que ponen su sonrisa candorosa en los labios de la Dolorosa. ¡Es Pascua de María!

Durante la algarabía de la fiesta, estalla la tormenta: Potenciados por las metralletas de milicianos y anexos –todos matan por igual-, no cesan los tiros de la policía, desgarrando cuerpos, almas, vidas y aderezar víctimas para el holocausto. Aquí, la muerte es siempre invitada a bailar en la fiesta. En medio del fandango y el disparo del obús, de su verdecida higuera no cesa de ofrecernos un higo san Felipe de Jesús. ¡Felipe, el de Jesús, el del terruño donde yo nací!

Allá por el Sureste, ante el efímero esplendor del relámpago verde de los loros, acompasado por el desliz de las garzas sobre el rio, la demagogia se disfraza de esperanza. ¡En vano! Allá, a la Grande, la mataron ya. En el pretencioso palacio de altura de dedal, el Rey de Oros sigue cavando entre ruinas para desenterrar la herencia mortífera del Diablo. Se olvidó que la siempre impecable y diamantina Patria suave, vestida de percal y de abalorio, se nutre de la “leche y miel” del establo de Belén. ¡En la tierra Prometida no hay petróleo!

El trueno del temporal sigue retando al cielo con sus punzantes ecos, y, al estruendo de sus quejas, los miles y miles de esqueletos a granel, ya no en parejas, sacuden el Averno y mendigando un Responso y un Viático, con que puedan alcanzar misericordia ¡Que callen, pues, las mitologías! El Mictlán ya está cerrado, pues la purísima Fuen-santa abrió desde el Tepeyac el Surtidor de la católica fuente, y el Valle de Josafat tornó a reverdecer al soplo del Espíritu. Santiago se apeó del caballo, clavó en tierra su espada, y, de tanta dicha, floreció el cayado de Señor San José.

Entre los poquísimos católicos a la altura del arte que no se han dejado marginar en su propia patria, contamos a Ramón López Velarde. Pecador del mismo vecindario, camina ensombrecido, con el alma trepidante, bajo el balcón de sus palmas bendecidas, un Domingo de Ramos detrás del Nazareno. Proveniente del íntimo decoro de la católica Provincia mexicana, alzó la voz a la mitad del foro y cantó, ya sin épica sordina, las virtudes cristianas de la Suave Patria, para él siempre impecable y diamantina. Amó a la Patria no cual Mito, ni desahogó su espíritu en sus sollozantes mitologías, sino en la enorme Verdad de Pan Bendito, el casero y el del Altar. El lúgubre lamento de sus mitologías quedó ya asociado y asumido en las “lágrimas y gemidos de Getsemaní y en el Grito lastimero de la cruz, que estremeció a Padre y Madre y al universo entero. Nada quedó sin redimir. Con su voz pascual, decimos: Patria, te doy de tu dicha la clave: sé siempre igual, fiel a tu espejo diario; cincuenta veces es igual el Ave taladrada en el hilo del Rosario, y es más feliz que tú, Patria suave”.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de mayo de 2022 No. 1399

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