Por P. Fernando Pascual
Leemos en el periódico que han descubierto una nueva vacuna. El periodista lo explica porque ha recibido un despacho de una agencia de noticias. La agencia recibió la información de la OMS (Organización Mundial de la Salud, en inglés World Health Organization). La OMS recogió los datos de un laboratorio. Y el laboratorio dio por válidos los resultados de varios investigadores.
Entre el punto de partida de la noticia y nosotros ha habido varias mediaciones, y cada una de ellas creyó lo que recibía de otros. Es decir, leemos lo que leemos porque unos seres humanos han creído en la veracidad de lo que decían otros seres humanos, a veces con un refuerzo especial: el recurso a otras opiniones que, a su vez, son consideradas como dignas de crédito.
Este fenómeno resulta sumamente interesante, y ha sido analizado de diferentes maneras a lo largo de la historia. Basta con recordar lo que Platón decía sobre los maestros como transmisores del saber, o lo que Aristóteles explicaba al hablar de las opiniones o sentencias “plausibles” o “autorizadas” o “valiosas” (en griego, “éndoxa”).
Notamos, sin embargo, que en la cadena de transmisión de cualquier dato existe el riesgo de confusiones, errores, incluso manipulaciones. Los científicos que descubrieron la vacuna tal vez eran conscientes de que todavía se trataba de algo experimental, pero quizá el laboratorio quiso darle una mayor difusión indicando que se trataba de algo “casi” seguro y muy prometedor.
A pesar de los riesgos en la transmisión, la mayoría de los seres humanos recibimos y transmitimos todo tipo de informaciones que no podemos controlar a fondo, porque suponemos confiadamente que la cadena de transmisión funciona de modo adecuado.
En ocasiones, surgen otras cadenas que nos dicen que el experimento era un fraude, o que el laboratorio mintió, o que la OMS dio excesiva importancia a la noticia, o que la agencia informativa recibió dinero de una empresa farmacéutica para promocionar un producto que no sería seguro.
Cuando nos llega la “contrainformación”, podemos preguntarnos: ¿quién nos dice la verdad? ¿Los que dieron la primera noticia o los que ahora la relativizan o la desmienten? Muchas veces quedamos como perplejos, porque no tenemos los instrumentos necesarios para controlar el enorme cúmulo de informaciones que nos llega cada día por canales diferentes.
Experimentar este tipo de situaciones no nos aparta de esa convicción tan extendida de que hay gente buena que nos dice la verdad, y que una verdad comunicada adecuadamente ayuda mucho a tomar decisiones prudentes y bien informadas.
La historia humana se construye, en buena parte, desde esa convicción. A veces ello nos encerrará en un engaño que puede durar mucho tiempo, o que podemos superar, ojalá lo más pronto posible, ayudados por otros informadores.
Pero otras veces, deseamos que la mayoría, eso que creemos de otros será de enorme ayuda para escoger una u otra medicina, para explicar a un amigo si vale o no vale la pena vacunarse, y para comunicar tantas cosas que aceptamos como válidas gracias a quienes ahora escuchamos con fe humana para que nos permitan (así lo esperamos) acercarnos un poco a la verdad.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de mayo de 2022 No. 1399