El ejemplo de mi papá me llevó a la conversión

Mi padre fue un católico devoto y fiel que asistía a Misa a diario y nunca dejaba pasar un día sin rezar su rosario. Era generoso hasta la exageración, amoroso y amable. Nos llevaba a la escuela, nos ayudaba con la tarea y tenía dos trabajos para poder enviarnos a escuelas católicas privadas.

Sin embargo, cuando llegué a la adolescencia, los amigos me introdujeron en la pornografía, las malas palabras y una vida apartada de Dios.

Y este hombre hizo todo lo posible por insistir en lo esencial; incluso cuando yo era niño me decía: “Prefiero verte morir ahora mismo que caer en una vida de pecado”. Era un hombre ridiculizado por su fe “extrema”, tanto por sus colegas y amigos como por su propia familia. Yo también lo ridiculicé a mi vez.

Recuerdo llegar a casa de las discotecas a veces a las 3 de la mañana y encontrar a mi padre todavía arrodillado en oración al lado de su cama, orando sin duda por su hijo descarriado. “Viejo tonto”, recuerdo haber pensado.

Durante los siete años que dejé la práctica de la fe traté de aliviar mi conciencia con el pensamiento de que Dios no existía. Y cuando me encontré en el punto más bajo de mi vida, en peligro de perder incluso mi libertad, ya que estaba involucrado con personajes sombríos en la universidad, no tenía a quién acudir sino a Dios. Tomé un libro que mi padre me había dado, La verdadera devoción a María, y en él aprendí que seguir a Cristo significaba entregarle toda mi vida sin reservas, no solo los domingos. Me había convencido de que Dios no existía. ¿Cómo podría ahora dar mi vida por algo imaginario?

Me decidí a hablar con mi papá. Cuando llegué a él, lo miré, y su vida me habló. Aquí había un hombre que fue ridiculizado la mayor parte de su vida por practicar esta fe. Fue principalmente esto, su resistencia a toda esta persecución, incluso una resistencia gozosa, lo que venció mi incredulidad. Obviamente Dios es real. Y desde ese momento viví para Cristo.

John-Henry Westen, editor de Life Site News

Carta a mi hijo

Querido hijo:

Mientras vivas en esta casa obedecerás las reglas. Cuando tengas tu casa obedecerás tus propias reglas. Aquí no gobierna la democracia, no hice campaña electoral para ser tu padre: tú no votaste por mí. Somos padre e hijo por la gracia de Dios, y yo acepto respetuosamente el privilegio y la responsabilidad aterradora. Al aceptarla adquiero la obligación de desempeñar el papel del padre.

No soy tu cuate, nuestras edades son muy diferentes. Podemos compartir muchas cosas pero no somos compañeros.

Soy tu padre ¡y eso es cien veces más que un amigo!

También soy tu amigo, pero estamos en niveles completamente distintos. En esta casa harás lo que yo diga y no debes cuestionarme porque todo lo que yo ordene estará motivado por el amor. Te será difícil comprenderlo hasta que tengas un hijo, mientras tanto confía en mí…

Tu padre.

Ricardo Montalbán, actor

Poema a mi padre

Cuántas cosas contemplo, padre mío,
si repito tu nombre acá en mi mente;
surcada de experiencia veo tu frente,
plateado tu cabello en suave estío.

El trabajo como arma me enseñaste,
como escudo me diste la honradez;
como lema el respeto a la vejez;
como meta, justicia predicaste.

¡Oh! Que fácil ha sido para ti
ser un padre que cumple su misión.
¿Cómo fue que aprendiste esa lección?
¿O es que Dios te ha dotado de su Sí?

Fausto Vargas Pastor, poeta peruano

No vivió ni murió en vano

Salido papá del hospital me dijo: “Ya sólo me queda esperar la muerte ya que, enfermo como estoy, no soy de utilidad para nadie”. Yo dije: “Papi, si no moriste en el hospital ahora que estuviste tan grave, debe ser porque todavía te falta algo por hacer”.

Así fue. El domingo de la Fiesta de la Divina Misericordia fue el último día que supo quién era yo, pero también el último que imploramos juntos el auxilio del Cielo y también el día que pude volver a llorar ya que tenía muchísimos años sin poder hacerlo. Ese día, me parece que el Señor fundió nuestros corazones al suyo y me devolvió mi corazón de carne. A mi padre el Señor le concedió el tiempo que necesitaba para que su hija mayor recuperara lo perdido, y de paso recibir otros regalos. Uno de ellos, la capacidad de perdonar a mis tíos por su indiferencia.

Don José Tasies rogó al Cielo por una buena mujer y recibió la bendición de casarse con Cecilia Riba, mujer piadosa con quien aprendió lo necesario para acercarse a Dios en humildad, cosa que jamás le perdonaron y, sin embargo, él siempre utilizó palabras dulces para referirse a sus hermanos. De ahí es que, los hijos de papá, aprendimos a querer a nuestros tíos, y estamos ahora aprendiendo a perdonarlos.

Es por lo que me lleno la boca afirmando que mi padre no vivió ni murió en vano.

Maricruz Tasies-Riba, bloguera católica

TEMA DE LA SEMANA: “SER PADRE: EL DON ABSOLUTO DE SÍ MISMO”

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 19 de junio de 2022 No. 1406

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