Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Si san Anselmo ante la profundidad del misterio de Dios afirmaba que ‘Deus semper maior quo cogitari posit’, -Dios es mayor de lo que pueda pensarse, Teilhard de Chardin, -el jesuita, antropólogo, teólogo con visión científica, poética y mística, hablaba de ‘Cristo cada vez mayor’, así con humildad y sinceridad podemos acercarnos para conocer mínimamente lo que otros han dicho de él, pero sobre todo importa mi postura, quién digo que es Jesús de Nazaret, quien no me puede dejar indiferente, porque Jesucristo es el garante de la libertad, de la salvación y de la esperanza.
Es un hombre como los demás, pero más bien es el Hombre, así con mayúscula; plenamente humano como nosotros y entre nosotros. No se cierra en esta apreciación la visión, sino que se abre: es el Mesías, anunciado y esperado, -como lo confirman en su persona las profecías cumplidas del Israel del Antiguo Testamento; su misterio implica su realidad como Hijo eterno del Padre Dios. Él que peregrinó por Palestina, sembrando su palabra como semilla de vida eterna, quien ofreció milagros de curación física y sanación interior, de resurrección, quien calmó tempestades y multiplicó los panes y los peces, quien con su sangre selló la Alianza nueva, eterna y definitiva entre Dios y los hombres, como testimonio de humanidad y de su divinidad; quien resucitó al tercer día, y se queda permanentemente entre nosotros con su presencia en la Santa Eucaristía, evidenciada por los milagros eucarísticos de ayer y de nuestro tiempo.
Jesucristo Nuestro Señor, pertenece a la Historia, pero rebasa la misma Historia. Ha sido ‘signo de contradicción’. Hay abundancia de documentos extrabíblicos, bíblicos e incluso evangelios apócrifos en relación a su historia personal. Sus palabras, su vida, su pasión, su muerte y resurrección contadas principalmente por sus testigos en los Evangelios y en toda la extensión del Nuevo Testamento, dan fe de esto. Ha abierto el pensamiento y al corazón de muchos a lo largo de su historia bimilenaria en todas partes.
Un judío de una aldea desconocida que toma proporciones universales por su enseñanza prodigiosa como las ‘Bienaventuranzas’, validadas por su resurrección, testificada por la predicación de sus discípulos convertidos en Apóstoles y el mismo converso san Pablo de Tarso.
El testimonio de los miles de mártires de todas las latitudes, los discípulos, los misiones, los grandes Padres y Doctores de la Iglesia, los Concilios de diversos lugares y tiempos incluidos los principales que llamamos ‘ecuménicos’; toda la cultura cristiana en todos sus ámbitos, nos hablan de una verdadera y completa civilización cristiana y por supuesto la vida del Pueblo de Dios afincado en el mundo entero, son las palabras elocuentes referidas a Cristo Jesús de la Historia y el Cristo de la fe.
La verdad más profunda sobre Cristo Jesús no pertenece propiamente a la Historia, aunque hay que referirla con sencillez y competencia; no pertenece a la crítica ni al análisis, -aunque no se excluyen; ni a los métodos sociológicos, -aunque se puede constatar su impacto en los grupos humanos de todos los tiempos, en la antigüedad, en la época bizantina, en el medioevo, en el época moderna y contemporánea.
El verdadero Jesús está como dice Mauriac, ‘Dios al acecho’. Solo los que toman su cruz como postura de muerte al egoísmo, y comparten su libertad interior en la decisión de pensar como él y de amar como él, son los que pueden decir quién es Jesús en realidad.
Si lo conocemos desde su corazón y desde el nuestro, como núcleo interior de nuestra persona, podremos realizar una alianza de amistad profunda y real.
Las palabras de Cesbron, -citado por José Luis Martín Descalzo en ‘Vida y misterio de Jesús de Nazaret’, nos pueden servir a este propósito: ‘La dirección que yo quiero dar a mi vida está resumida en aquellas palabras de san Juan: “Hemos encontrado el amor y hemos creído en él”. Encontrar el amor: ésta es la gracia. Creer en él: ésta es la fe. No una fe tranquila y sin temblores y sacudidas. Somos como los discípulos que caminaban hacia Emaús, inciertos, turbados. Pero, cuando desciende la tarde, un tercer viajero se una a ellos para explicarlo todo’.
Quién es Jesús, el Siervo que entregó su vida en nuestro rescate. Él mismo se pone en nuestro camino para acompañarnos o más bien para acompañarlo a él en el hoy de nuestra existencia (Lc 9, 18-24). Nuestra admiración es tarea de amor, de servicio, se seguimiento y de imitación.
Imagen de Sarie Q en Cathopic