Por P. Fernando Pascual
Cuando ya le quedaban pocos días de vida, santa Teresa de Lisieux escribió una carta a un “hermanito” espiritual, en la que explicaba cómo interceden por nosotros quienes están en el cielo.
La carta surge al constatar dos puntos de vista diferentes ante lo que ocurre en el cielo respecto de la misericordia divina. La misma Teresa resume la posición de su hermano espiritual, y luego la suya. Estas son sus palabras:
“Le confieso, hermanito, que usted y yo no entendemos el cielo de la misma manera. Usted piensa que, al participar yo de la justicia y de la santidad de Dios, no podré disculpar sus faltas, como lo hacía en la tierra. ¿No se está olvidando de que participaré también de la misericordia infinita del Señor? Yo creo que los bienaventurados tienen una enorme compasión de nuestras miserias: se acuerdan de que cuando eran frágiles y mortales como nosotros, cometieron las mismas faltas que nosotros y sostuvieron los mismos combates, y su cariño fraternal es todavía mayor que el que nos tuvieron en la tierra, y por eso no dejan de protegernos y de orar por nosotros” (carta del 10 de agosto de 1897).
Se contraponen, así, dos puntos de vista. Según el primero, quien llega al cielo empieza a unirse a la justicia y santidad divina, y así perdería algo de la compasión y cercanía que experimentaba hacia los pecadores mientras vivía en la tierra.
Según el segundo punto de vista, el que defiende Teresita, quien llega al cielo participaría también de la “misericordia infinita del Señor”, lo cual lleva a tener no una menor, sino una mayor compasión hacia las miserias de quienes siguen en la tierra.
Añade, además, que los bienaventurados recuerdan que tuvieron faltas y combates como los nuestros. Por eso, desde el cielo nos miran con un “cariño fraternal” incluso mayor del que tuvieron anteriormente.
En otras palabras, los que están en el cielo nos protegen y cuidan de nosotros, lo cual es fuente de una gran consolación. La idea expuesta por santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (ese era su nombre como carmelita) arranca desde lo más hondo del mensaje de Cristo, que anuncia la llegada del Amor, y que ofrece a todos una misericordia que va más allá de nuestras aspiraciones.
Quien conoce lo bueno que es Dios, también descubre que los salvados, los que ven a Dios en el cielo, son unos magníficos aliados en nuestro camino hacia la conversión, porque rezan una y otra vez para que dejemos el pecado y alcancemos el gran regalo de la misericordia.
Ello queda expresado con otra frase que santa Teresa de Lisieux había escrito pocos meses antes a un sacerdote, el padre Roulland, en la que incluye, en síntesis, varias citas de la Sagrada Escritura:
“Yo espero tanto de la justicia de Dios como de su misericordia. Precisamente porque es justo, ‘es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Pues Él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles’…” (carta del 9 de mayo de 1897).
Teresita vive ya unida a Dios eternamente. Por eso ahora puede realizar en plenitud lo que tantas veces hizo durante su existencia terrena: interceder desde el cielo por nosotros, pecadores…
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