Para percatarse del rechazo tremendo que había entre judíos y samaritanos en tiempos de Jesús basta leer estos versículos:

  • “Jesús envió mensajeros delante de Él, que fueron a un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. Pero los samaritanos no lo quisieron recibir porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: ‘Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma?’” (Lucas 9, 52-54).
  • “Jesús decidió dejar Judea y volvió a Galilea. Para eso tenía que pasar por el país de Samaria; fue así como llegó a un pueblo de Samaria llamado Sicar (…). Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, cansado por la caminata, se sentó al borde del pozo. (…) Una mujer samaritana llegó para sacar agua, y Jesús le dijo: ‘Dame de beber’ (…). La samaritana le dijo: ‘¿Cómo Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?’ Pues los judíos no tratan con los samaritanos” (Juan 4, 3-9).
  • Buscando proferir el máximo insulto a Jesús, “los judíos le dijeron: ‘Tenemos razón en decir que eres un samaritano y que estás poseído por un demonio?” (Juan 8, 48).

Como observa san Agustín, Jesús “podía haber respondido: ‘Ni soy samaritano ni tengo demonio’, pero respondió: ‘Yo no tengo un demonio’”, porque Jesús no despreciaba a los samaritanos. ¿Pero por qué los judíos sí los odiaban?

Todo empezó cuando se cumplió con el rey Salomón lo que advirtiera Dios a través del profeta Samuel (I Samuel 8, 4-22): que tener un rey derivaría en grandes cargas y abusos. Y el sucesor de Salomón, su hijo Roboam, deliberadamente decidió ser peor que su padre (I Reyes 12, 1-24), por lo que fue abandonado por diez de las tribus de Israel, quedando separados, al norte, el Reino de Israel y, al sur, con Roboam, el Reino de Juda. Pero Jeroboam, primer monarca del Reino de Israel, temiendo que su pueblo siguiera acudiendo a Jerusalén, lo cual podría reunificar los dos reinos, mandó hacer estatuas de terneros de oro para ser adorados, hizo construir santuarios y escogió sacerdotes que no pertenecían a la tribu de Leví (II Reyes 12, 26-32). Así comenzó la desviación religiosa del Reino de Israel, aunque también el Reino de Judá practicó la idolatría en algunos períodos.

Samaria o Samaría empezó siendo el nombre de una ciudad fundada por Omrí, el sexto rey del Reino de Israel, pero luego de que el Imperio Asirio lo conquistara y convirtiera en una provincia, acabó por ser designada toda esa zona como Samaria.

Luego el Reino de Judá fue conquistado por el Imperio de Babilonia, y la mayoría de los judíos fueron deportados. Al regresar del exilio, quisieron reconstruir el templo de Jerusalén, pero despreciaron la ayuda que ofrecieron los samaritanos y en el siglo II a. C. les destruyeron el templo que tenían en el monte Garizim, lo que dividió aún más a samaritanos y judíos.

Era costumbre desarraigar a los pueblos conquistados para quitarles su identidad. Por ello Asiria había deportado a gran parte de los israelitas, y obligó a vivir en Samaria a “gente de Babilonia, de Cuta, de Avá, de Jamat, y de Sefarvayim, y la instaló en las ciudades de Samaria” (II Reyes 17, 24).

Luego hubo intentos de convertirlos a Dios (II Reyes 17, 25-34), pero los samaritanos hacían una mezcla en la que honraban lo mismo a Yahveh que a los dioses paganos.

Cuando Jesús le dice a la samaritana: “‘Has dicho bien que no tienes marido, pues has tenido cinco maridos, y el que tienes ahora no es tu marido” (Juan 4, 17), además de la situación personal de la mujer, hace un juego de palabras para referirse a esos dioses importados de las cinco poblaciones paganas introducidas en Samaria. Es que el nombre del dios Ba’al acabó designando a todos los falsos dioses; y, al mismo tiempo, en las lenguas semíticas, la palabra ba’al también significaba “marido”.

TEMA DE LA SEMANA: “CRISTIANO ES QUIEN DE LA MANO, COMO EL BUEN SAMARITANO»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de julio de 2022 No. 1409

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