Una de las parábolas de Jesucristo más famosas es la del buen samaritano (Lucas 10, 25-37). Pero suele suceder que ciertos detalles significativos pasen desapercibidos.

De Jerusalén a Jericó

Jesús pone esta historia en el camino entre Jerusalén y Jericó. La primera era la ciudad santa; la segunda, la ciudad más antigua del planeta.

El hombre de la parábola “bajaba” de Jerusalén a Jericó. Es literal, pues Jerusalén se encuentra a 754 metros sobre el nivel del mar, y Jericó a 240 metros bajo el nivel del mar. Así que, aunque la distancia entre ambas ciudades era de apenas 25 kilómetros, ir hasta Jericó implicaba descender mil metros. Esto también es simbólico: se deja lo de Dios y se camina hacia lo mundano o meramente terrenal.

“Camino de la Sangre”

Martin Luther King, respecto de ese camino, que recorrió en automóvil con su esposa cuando viajaron a Tierra Santa, escribió: “Le dije a mi esposa: ‘Puedo ver por qué Jesús usó esto como escenario para su parábola’. Es un camino sinuoso. Y es muy propicio para emboscadas”.

Debido a su peligrosidad, en la época de Jesús el trayecto entre Jerusalén y Jericó era conocido como “Camino de la Sangre”.

Pureza ritual

Por la Ley de Moisés, tocar un cadáver quitaba la pureza ritual necesaria para participar en un acto de adoración a Dios. Mas había excepciones: se podía, por ejemplo, celebrar la pascua hebrea a pesar de haber tocado a un muerto (Números 9, 6-10).

El sacerdote de la parábola seguramente había terminado su servicio en el templo y regresaba a su casa, pues “bajaba” de Jerusalén (Lucas 10, 31) cuando encontró al hombre tirado en el camino. Si lo creyó muerto, nada impedía que lo enterrara; la Ley mosaica lo obligaba a hacer expiación por aquel hombre (Deuteronomio 21, 1-9); además, todo judío sabía que era un deber enterrar a los muertos abandonados (Tobías 1, 17). Si en lugar de dar un rodeo se hubiera acercado al hombre, se habría percatado de que estaba vivo.

Del levita no se aclara si “bajaba” o “subía”, pero es de suponer que su situación era semejante a la del sacerdote. Tampoco se indica la dirección del samaritano, mas es el único que se compadece.

En la Iglesia primitiva

Los Padres de la Iglesia vieron que, además del sentido evidente y práctico de esta parábola, que invita a actuar con caridad ante el prójimo sin hacer distinciones, hay un trasfondo teológico muy hermoso:

El Buen Samaritano, con mayúscula, es Cristo, quien nos ha encontrado cuando habíamos sido asaltados por el demonio y por nuestros pecados y dejados por muertos en el camino. La antigua Ley había pasado de largo por nosotros, pero Él ha derramado sobre nuestras heridas el vino de su Sangre y el aceite que es el Espíritu Santo para curarnos. Él nos ha entregado, hasta su vuelta al final de los tiempos, al cuidado de la Iglesia, que es aquella posada, y nos ha dejado los dos denarios que son el doble mandamiento del amor. Estábamos alejados de Él, como los judíos de los samaritanos, pero Él “bajó hasta nosotros para hacerse cercano” (San Agustín).

TEMA DE LA SEMANA: “CRISTIANO ES QUIEN DE LA MANO, COMO EL BUEN SAMARITANO»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de julio de 2022 No. 1409

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