En la familia nadie es igual, por ello la importancia de estar atentos, unidos y respetuosos
Por Raúl Espinoza Aguilera
Ante los continuos ataques a la familia (hombre-mujer-hijos), hoy más que nunca conviene difundirla y promoverla. La familia es el ámbito en el cual cada miembro se siente amado y aprende a amar a los demás.
No hay que olvidar que las familias están integradas por seres humanos, de carne y hueso. Todas las familias tienen “sus altas y sus bajas”, momentos conflictivos y períodos de armonía y paz.
Se debe apreciar a todos los integrantes de una familia y quererlos de todo corazón. En ese ejercicio cotidiano, hay que aprender a perdonar, comprender y disculpar. Esto se dice fácil, pero en muchas ocasiones, hay que hacer un esfuerzo particular para lograr ese objetivo.
Las generaciones jóvenes miran a los matrimonios como un ejemplo a seguir. De ahí la importancia de enseñarles cómo se debe querer a la esposa, a los hijos y demostrarles -con hechos- de que sí es posible ser fieles hasta la muerte. El buen ejemplo y la alegría, sin duda, son muy persuasivos para los jóvenes.
Familias peculiares
La familia es, entonces, una sociedad con características muy peculiares porque los fines del matrimonio son: la procreación de los hijos y, a continuación, la esmerada formación de cada uno de esos niños y, luego, jóvenes.
No hay dos hijos iguales, sino que a cada uno a hay que formarlo de acuerdo a su carácter, a sus facultades y virtudes, a sus ideales en la vida, etc. En cierta ocasión, estaba jugando frontón con un amigo y participaban varios miembros de su familia. Se me ocurrió decirle: “¡Cómo se parecen Luis y Juan Pablo!” Y de inmediato me respondió: “No es así, cada hijo tiene sus propias ‘cadaunadas‘”. La frase me hizo gracia, pero meditándola despacio, mi amigo tenía mucha razón.
La labor de ser padres o madres es una verdadera vocación para lo cual hay que formarse. Por ejemplo, tomando cursos de orientación familiar. Ahora también está de moda tomar cursos de superación familiar “en línea” (por internet).
Hace unos días me comentaba un amigo que tiene varios hijos y un buen número de nietos que tomó ese curso y que le ha servido bastante. Se llama: “Educar en positivo”. ¿De qué trata en esencia? De que muchas veces los padres se vuelven coléricos con los hijos y casi todo funciona a base de regaños, de gritos, de castigos. Claro está que los hijos terminan teniendo miedo a ese “ogro” en que se ha convertido su padre. Pero debe de ser todo lo contrario, la madre y el padre es muy conveniente que sean “los mejores amigos de sus hijos”. Con quienes compartir anhelos, inquietudes y poderles hacer preguntas de carácter confidencial, por ejemplo: sobre sexualidad, noviazgo, drogas, etc. Todo esto, junto con hacer planes juntos -por ejemplo- practicar deportes, conlleva a un mayor acercamiento.
¿Cómo se puede progresar en esa conveniencia? Sugiriendo en ellos la práctica de una serie de pequeñas, pero determinantes virtudes para convertir el hogar en un lugar agradable y donde se antoje estar ahí, porque cada miembro de la familia colabora para lograr ese mismo fin. Para ello es necesario que cada uno salga de esa esfera de comodidad que se tiende a crear, aislándose en su propia habitación mediante el celular, el iPad o su lap top. A la vez, animarlos a socializar con amigos y chicas y asistir a fiestas y reuniones.
También es fundamental, como dice el dicho: “Ponerse en los zapatos de los demás”. Para “sentir” lo que ocurre en el corazón de los demás e ir logrando el desarrollo armónico de su personalidad. Por ejemplo, si una hija tiene una gran sensibilidad artística, no se le puede tratar de la misma forma que al hijo adolescente aficionado a los deportes extremos, con un carácter un tanto brusco, pero noble.
En conclusión, la institución familiar es la escuela de valores por excelencia. Como escribía el filósofo y político inglés, Sir John Bowring: “La familia feliz no es sino un Paraíso anticipado”.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de julio de 2022 No. 1411