Saludo y mensaje de Rodrigo Guerra López Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina en la Asamblea extraordinaria del CELAM Bogotá, Colombia 12 de julio de 2022
A nombre del Cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Pontificia Comisión para América, saludo a Mons. Miguel Cabrejos y a cada uno de ustedes. Agradezco de corazón la invitación que hemos recibido para participar en esta Asamblea extraordinaria del CELAM.
El CELAM ha sido una gracia enorme en mi vida que me ha acompañado, formado, animado y corregido desde 1990, cuando participé por primera vez como profesor en un curso que organizaba Mons. Gregorio Rosa Chávez, en el DECOS-CELAM. No puedo más que agradecer a Dios tantas experiencias vividas, tantos aprendizajes, y tantas personas buenas que he tenido la oportunidad de conocer aquí. Recuerdo con afecto cómo en 1996 comencé a participar en el equipo del DEPAS. Recuerdo también cómo en 2003 preparamos el libro “Globalización y nueva evangelización”, y, posteriormente, gracias a la invitación de Mons. Jorge Jiménez y de Mons. Carlos Aguiar, cómo fundamos, en 2004, el observatorio socio-pastoral, que preparó diversas investigaciones y subsidios para la realización de la V Conferencia general del episcopado latinoamericano, en 2007.
Agradezco a Dios, los muchos años de trabajo en el Equipo teológico, aún desde antes de su reactivación formal, y las bellas experiencias vividas enseñando en el ITEPAL. No es aquí el lugar para hacer recuentos de anécdotas e historias personales. Sólo me atrevo a compartir la gran alegría que me causa pensar en todos los presidentes y secretarios generales con los que he podido colaborar, en los responsables y secretarios de departamento, en el sacrificado personal administrativo, y en tantos agentes de pastoral de los más diversos carismas y sensibilidades. Así mismo, me llena de alegría el mirar que ahora el CELAM madura y da nuevos pasos al servicio de la Iglesia de América Latina y el Caribe, gozando de una nueva sede y de un gran horizonte de servicio, en momentos particularmente delicados en la historia regional y del mundo.
La maduración del CELAM, por supuesto, no descansa en sus nuevas instalaciones, en una cierta presencia mediática o en los apoyos económicos con los que cuenta. La maduración radica principalmente en la propia conversión personal y pastoral, en la docilidad que tengamos a la gracia que irrumpe inmerecidamente, en la maduración de nuestra conciencia eclesial y de nuestra disponibilidad a vivir, aún heroicamente, un camino de seguimiento radical a Jesucristo.
La maduración, así entendida, será fermento saludable no sólo para que el CELAM continúe sirviendo a la colegialidad episcopal, sino, muy particularmente, a la sinodalidad, es decir a la dimensión dinámica de la comunión, que permite que el Pueblo de Dios se ponga en movimiento, como “Iglesia en salida”, orientado radicalmente a la misión.
En efecto, la sinodalidad supone conversión y comunión. Si no me arriesgo a desprenderme de mis apegos y seguridades, de mis recelos y mezquindades, fácilmente pongo en riesgo no sólo mi propio camino sino el proceso de reforma sinodal.
En efecto, la sinodalidad puede encontrar obstáculos. Pero el más importante, no es tal o cual estructura imperfecta, no es tal o cual persona incómoda, no es tal o cual problema eclesial o social. El principal problema soy yo cuando deseo colocarme en primer plano. Dicho de otro modo: es mi corazón necesitado de conversión.
El Papa Francisco, en su reciente discurso a la Pontificia Comisión para América Latina (26 de mayo 2022), con gran afecto nos ha invitado a ser conscientes que la sinodalidad tiene sus principales enemigos en nosotros mismos, por ejemplo, cuando no nos damos cuenta que apenas estamos comenzando y que todos requerimos de aprender. El Papa nos dice: “como niños pequeños damos pasos cortos y torpes. De repente, sentimos que nuestros pasitos sinodales son el ‘gran kairós’, pero más pronto que tarde descubrimos nuestra pequeñez y descubrimos la necesidad de una mayor conversión”.
Y más adelante continúa recordándonos que es preciso “reaprender a caminar juntos al momento de enfrentar los desafíos o los problemas pastorales y sociales propios del cambio de época. Digo ‘reaprender’ – dice el Papa – porque para caminar juntos siempre es importante mantener el pensamiento incompleto.” (…) “Cuando uno cree saberlo todo, el don no puede ser recibido. Cuando uno cree saberlo todo, el don no nos educa porque no puede entrar en el corazón. Dicho de otro modo, nada hay más peligroso para la sinodalidad que pensar que ya lo entendemos todo, que ya lo comprendemos todo, que ya lo controlamos todo.” (…) “Cuando por el ‘conocimiento cerrado’, o el pensamiento cerrado, o por la ambición creemos dominarlo todo, fácilmente caemos en la tentación del control total, la tentación de ocupar espacios, de alcanzar la superficial relevancia de quien desea ser el protagonista central, como en un show de televisión. Ocupar espacios es la tentación, abrir procesos es la actitud que permite la acción del Espíritu Santo”.
El Santo Padre, finalmente nos señala: “la palabra ‘sinodalidad’ no designa un método más o menos democrático y mucho menos ‘populista’ de ser Iglesia. Estas son desviaciones. La sinodalidad no es una moda organizacional o un proyecto de reinvención humana del pueblo de Dios. Sinodalidad es la dimensión dinámica, la dimensión histórica de la comunión eclesial fundada por la comunión trinitaria.” (…) “Comunión sin sinodalidad fácilmente puede prestarse a cierto fijismo y centralismo indeseable. Sinodalidad sin comunión puede llegar a ser populismo eclesiástico”.
No me extiendo más en citas de magisterio pontificio para América Latina. Lo que nos indica el Papa, en estos breves párrafos, de algún modo también ya está recogido de manera misteriosa y sintética en la presencia providencial de Santa María de Guadalupe entre nosotros.
En efecto, el acontecimiento guadalupano, más allá de ciertos esteticismos y regionalismos que en ocasiones eclipsan su mensaje central, es un hecho fundante y comunional. A partir de 1531, dos pueblos que se encontraban profundamente enemistados y conflictuados, comienzan lentamente un proceso de reconciliación social y mestizaje; de incorporación a una rica vida eclesial, desde el amplio patrimonio de las culturas prehispánicas e hispano- lusitanas; y de génesis de una nueva síntesis cultural, pluriforme, diversa, y riquísima, que nos alcanza hasta hoy. En el mensaje guadalupano encontramos, entre otras cosas:
- Un camino de conversión personal y comunitaria, que nos ayuda a diagnosticar en la propia vida y en nuestra experiencia eclesial, cuando buscamos hacer nuestro propio proyecto, cuando nuestro “yo” invade y absorbe sutilmente nuestras mejores intenciones pastorales. María de Guadalupe, ante esto, nos corrige con ternura y sin odiosos reproches… y nos invita a redescubrir lo sencillo, lo esencial, y a confiarnos radicalmente en su abrazo materno.
- Una mariología fuertemente cristocéntricaque nos invita al seguimiento radical y humilde de Jesús, privilegiando lo “medios pobres” antes que los siempre tentadores “medios ricos”, llenos de glamour, pirotécnia y falsas promesas.
- Un modelo, como decía san Juan Pablo II, de “evangelización perfectamenteinculturada”, que asume los lenguajes y la cosmovisión prehispánica para descubrir una vía a través de la cual se pueda anunciar la novedad del evangelio.
- Un gesto de amor preferencial por los últimos y más pequeños en la historia. Amor cercano y comprometido. Amor valiente y paciente.
- La reivindicación de la dignidad de los pueblos indígenas y de la mujer. Reivindicación que nos invita a tratarnos como hermanos y no como adversarios, como hermanos y no como señores y súbditos.
- Una protoexperiencia de comunión y sinodalidad activa, en la que el fiel laico lleva la “buena noticia” al obispo. Y el obispo, acoge el milagro de la imagen, construyendo una “casita sagrada”, que significa que en todo rincón de nuestro continente la fe pueda ser vivida y celebrada con libertad, y sin constricción.
En nuestra tierra, en nuestra historia, hemos podido vivir y constatar cómo la “medianera de todas las gracias”, sostiene providencialmente todos los ministerios, todos los procesos pastorales, y, muchas veces, también, las luchas a favor de la reconciliación social, la paz, y la justicia. María de Guadalupe y la constelación de advocaciones marianas que habitan en nuestra región, son verdadero “principio” (mariano), son modelo de la comunión eclesial en la fe, en la caridad y en la unión con Jesucristo, porque Ella, María, es verdaderamente “typo” de la Iglesia.
La renovación del CELAM, la creación de la CEAMA, el valiente caminar de la CLAR, el testimonio de los movimientos laicales y de las nuevas realidades que florecen en la Iglesia, y la reciente redefinición de la CAL, realizada por parte del Papa Francisco, se encuadran dentro dentro de este misterio mariano y eclesial, que es misterio de fidelidad y de renovación, de conversión sincera y de apertura evangelizadora hacia todos.
El CELAM tiene por delante el gran desafío de servir a las conferencias episcopales, no tanto dictándoles qué hacer, cuanto facilitando su propio protagonismo. Este servicio no es fácil y requiere de gran sabiduría, humildad y paciencia. Este ha sido el secreto de las conferencias generales del episcopado latinoamericano. Quienes han integrado los cuerpos directivos del CELAM han sabido colocarse al servicio de procesos que los rebasan, que los exceden, que los sorprenden. Para que esto continúe repitiéndose, ahora en un contexto más sinodal y participativo, es preciso que todos los obispos en América Latina, todos los agentes de pastoral, y todos los fieles en general, redescubramos la belleza y la especificidad del servicio que el CELAM ha prestado y presta al interior de la vida de la Iglesia y en la sociedad.
El CELAM actualmente es una parte importante de la renovación y reforma de la Iglesia universal. Desde su propia naturaleza, en fidelidad a su historia, y promoviendo con especial esmero auténticos procesos sinodales, máximamente inclusivos, este Consejo episcopal con toda seguridad ayudará a que nuestra Iglesia sea un signo cada vez más vivo y elocuente de la nueva fraternidad que es preciso construir en la región latinoamericana y caribeña.
Sinodalidad eclesial y fraternidad en la vida social, son como un binomio que debemos de aprender a mantener para que la buena noticia del evangelio nutra los procesos de sanación de las graves heridas que afligen a nuestros pueblos, y que hoy parecen ampliarse gracias a la excesiva polarización política, la inequidad en la distribución de la riqueza, el desprecio al medio ambiente, la migración forzada y la violencia.
Que la Virgen María de Guadalupe, “madre del verdaderísimo Dios por Quién se vive”, permita que en esta Asamblea extraordinaria, y en todo el caminar del CELAM hacia los jubileos de 2031 y 2033, exista una renovada pasión por vivir al estilo de Jesús, en comunión y sinodalidad permanentes, siguiendo las huellas del humilde san Juan Diego. Huellas que son de liberación integral de las personas y de nuestros pueblos, que tanto necesitan hoy reencontrarse con un Dios hermano y amigo, que nos reconcilie, y nos dignifique a todos.
En la Pontificia Comisión para América Latina estamos a sus órdenes. El Papa ha querido definir nuestra comisión como una diaconía eclesial y como un signo del afecto y de servicio pontificio por la región latinoamericana y caribeña, llamado a ayudar a una más plena comunión y a una más intensa sinodalidad. Quiera Dios, que en este nuevo momento eclesial, todos podamos caminar juntos, aprender juntos y madurar juntos, como hermanos.
¡Muchas gracias!