Benedicto XVI ya había advertido de que el rechazo al cristianismo es también la negación de las raíces de la civilización.
En efecto, Occidente vive actualmente en el autodesprecio. Por eso se culpa a la cultura judeocristiana de la crisis ecológica y se vende la idea de que los pueblos indígenas vivían en pura felicidad, la cual les fue ferozmente arrancada por la acción evangelizadora y civilizadora de los occidentales.
El historiador italiano Federico Chabod escribe: “No podemos no ser cristianos, incluso si ya no seguimos las prácticas de adoración, porque el cristianismo ha moldeado nuestra manera de sentir y pensar de una manera indeleble; (…) Incluso los llamados ‘pensadores libres’, incluso los ‘anticlericales’ no pueden escapar de este destino común del espíritu europeo”.
Hasta Richard Dawkins, famoso enemigo de Dios, advirtió en 2018 que la “religión cristiana benigna” podría ser reemplazada por algo decididamente menos benigno, y que tal vez deberíamos dar un paso atrás para discutir qué podría suceder si los secularistas tuvieran éxito en destruir o desterrar el cristianismo.
Otros individuos sin Dios, como Bill Maher y Ayaan Hirsi Ali, coinciden con Dawkins. Y el hecho de que los mismísimos ateos estén haciendo sonar la alarma debería ser una advertencia para los cristianos sobre las consecuencias de la secularización occidental y todos los cambios que se están introduciendo, desde el fomento de la migración musulmana masiva sin que se defiendan los valores de la identidad cristiana europea, hasta el derribo de cruces — “para no ofender a nadie”— y el desprecio del nacionalismo que defendió Juan Pablo II.
Giorgia Meloni, política italiana, señala: “El cristianismo es parte de nuestra cultura y nuestra historia como italianos y europeos, incluso si usted es un ateo o cree en otra religión. El que es molestado por un crucifijo es molestado por nuestra identidad y debería irse a vivir a otro lugar”.
El 9 de noviembre de 1982 Juan Pablo II pronunció en Santiago de Compostela un memorable discurso sobre la identidad europea, destacando que dicho continente ha tenido el mayor aporte a la civilización. Y al final hizo este apremiante llamado:
“Yo, obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes”.
TEMA DE LA SEMANA: «CÓMO LA IGLESIA CONSTRUYÓ NUESTRA CIVILIZACIÓN»
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 31 de julio de 2022 No. 1412