Por P. Fernando Pascual
Hay un texto de Aristóteles que, en su brevedad, ofrece una reflexión importante para comprender las decisiones humanas.
El texto dice lo siguiente: “lo que causa el movimiento es siempre el objeto deseable que, a su vez, es lo bueno o lo que se presenta como bueno. Pero no cualquier objeto bueno, sino el bien realizable a través de la acción” (Sobre el alma, libro III, capítulo 10, 433a26-28, texto español de la editorial Gredos).
Para Aristóteles, un aspecto clave de la vida humana y de muchos animales consiste en la posibilidad de moverse, de emprender acciones físicas que modifican en parte el mundo externo y la propia situación del sujeto.
Uno se mueve porque busca alguno bueno, o al menos supuestamente bueno, y porque cree que puede alcanzarlo a través de unas actividades concretas.
Ello implica dos condiciones. La primera: solo nos mueve aquello que vemos como bueno. Una comida, una medicina, una actividad física, solo nos “estimularán” y nos llevarán a actuar si las consideramos como buenas.
La segunda: no basta con que algo se me presente como bueno. Se requiere, además, que pensemos que ese algo es alcanzable, que podemos obtenerlo o realizarlo según las posibilidades concretas de nuestra vida.
Estas condiciones, sin embargo, están rodeadas de no pocos problemas. Respecto de la primera condición, ocurre con frecuencia que suponemos que sea bueno lo que en realidad podría dañarnos. También ocurre que algo bueno no lo vemos como tal, y así no le prestamos atención.
Respecto de la segunda, en ocasiones pensamos que una meta buena sería inalcanzable, porque la vemos difícil, o porque imaginamos que no habría tiempo para perseguirla, cuando en realidad, con un poco de esfuerzo y de organización, podríamos emprender acciones concretas para “conquistarla”.
Otras veces nos engañamos pensando que algo bueno está a nuestro alcance, cuando en realidad resultaría prácticamente imposible. Cuando ocurre esto, podemos empezar un esfuerzo que termina tarde o temprano en el fracaso, lo cual puede generar desgaste y frustraciones.
A pesar de que existen estos problemas, lo cierto es que continuamente nos movemos para alcanzar bienes vistos como realizables, posibles; bienes que, además, generan en nosotros deseos más o menos conscientes.
El gesto sencillo de levantarnos por las mañanas surge del deseo de ir al trabajo, de ayudar a un amigo, de arreglar desperfectos en la casa, de salir a pasear, o tantas otras actividades vistas como buenas y realizables.
Todo lo que hacemos, en otras palabras, es posible porque identificamos bienes asequibles, que podemos conquistar con acciones concretas.
Desde luego, hay que establecer una buena escala de prioridades, pues ante nosotros existen cientos de opciones, y no podemos abarcarlas todas a la vez, porque falta tiempo y porque también los medios económicos limitan mucho lo que sea realizable.
La vida se construye desde muchas decisiones cotidianas. Algunas parecen de poco valor, pero tienen su importancia. Otras llegan a configurar fuertemente el presente y el futuro, por ejemplo cuando dos personas deciden casarse o cuando hay que escoger entre dos posibles trabajos.
Lo importante, a la hora de tomar cada decisión, es acertar respeto a lo que sea realmente bueno, y construir una personalidad equilibrada y madura, orientada a buscar la plenitud. La cual, según la visión cristiana, consiste en amar a Dios y a los seres humanos que nos acompañan en el camino de la vida.