Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
En cualquier tiempo Jesús puede desconcertar. Hasta a los propios discípulos les diría ‘dichoso el que no se escandalice de mí’. Desconcierta la enseñanza de amar a los enemigos y de perdonar a los que nos odian y calumnian’; sin embargo, él lo vive hasta el sacrificio de sí mismo en el patíbulo de la Cruz, no es solo enseñanza. Alaba el donativo de la pobre viuda que da silenciosamente unas monedas necesarias para su subsistencia como ofrenda al templo ante las ofrendas de los ricos que las dan con bombo y platillo. El ejemplo del Buen Samaritano que se comporta como ´prójimo´ del maltrecho y robado israelita, ante la mirada indiferente del sacerdote y del levita. Así en todo el Evangelio encontramos a un Jesús que desconcierta con su enseñanza y con su vida. Superar el legalismo del ‘Sabat’, el Sábado-Descanso de Dios y en Dios, le devuelve su dignidad primigenia: ´no es el hombre para el sábado, sino el Sábado para el hombre. El Rey de cielos y tierra que nace en un pesebre; el libertador que es perseguido en su condición de Jesús-Bebé. Su muerte y su resurrección, desconcierta. Jesús mismo desconcierta: Dios y a la vez hombre verdadero.
Tras su vida y enseñanza se oculta el misterio de su ser, su proyecto de salvación, su invitación a participar en plena comunión con él para ser hijos en el Hijo, en sí mismo, Hijo del Padre.
La condición es pensar como Él, amar como Él y vivir como Él; es decir, aceptar ese proceso de transformación como lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica’: “Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros. ‘El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre’ (GS 22,2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con Él; nos hace comulgar en cuanto miembros de sus Cuerpo en lo que Él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro…” (nº 521).
La afirmación extraordinaria, profunda y real, del Papa Francisco en ‘Desiderio Desideravi’, que ‘la Encarnación se prolonga en los sacramentos’; de manera especial en la Santa Eucaristía, que es Él mismo, para realizar esa transformación, si ponemos las condiciones de fe, sinceridad, gracia y limpieza de conciencia. La misma Eucaristía y los sacramentos, en su sencillez por el poder del Espíritu Santo concedido al ministerio sacerdotal de la Iglesia, es y son desconcertantes.
Ésta es la radicalidad de Jesús; ésta es exigencia de la Iglesia, éste es el verdadero seguimiento de Jesús, tomar la cruz cada día para seguirlo.
Parte de nuestro problema es el laxismo rampante; la postura irresponsable de quien desea un ‘dios’ a su medida, permisivo, en una sociedad igualmente permisiva. Se vive como un logro la tolerancia; en parte está bien, lejos de toda intolerancia que daña la convivencia. Debe existir el respeto a toda persona y saber proponer nuestras opciones con respeto e inteligencia. Lo grave es que de antemano se desprecian tus posturas, sometidos a la intolerancia de los tolerantes.
Seguir a Jesús, no es por las vías del moralismo estrecho, ni legalista, ni amenazador. Implica la renuncia al egoísmo empobrecedor. El mensaje de Jesús es Él mismo con todas sus exigencias, con la primacía al amor del Padre y el amor a todo ser humano en todas sus condiciones. Aceptar el mandamiento del amor, pero en la práctica exigente del mismo Jesús: ‘Amen como yo los he amado’, al Dios Padre y a los hermanos.
Vivimos una involución moral o un craso amoralismo, para nuestra desgracia; ahí están en nuestra Patria los crímenes cobardes de narcotraficantes que constituyen verdaderas acciones de terror, los feminicidios, la trata de personas y la venta de órganos, los hogares destruidos. La muerte que nos acecha de manera inesperada por la violencia y las acciones de total irresponsabilidad. Gobernantes amorales, cuya palabra es la ley, sin el cumplimiento cierto de la Constitución, -en algunos artículos, orientada al bien de los ciudadanos, siguiendo políticas irracionales y desproporcionadas, atentando a la vida de los más pobres, de los enfermos o de las instituciones.
A esto añadimos el fenómeno de la masificación; como dice López Ibor, citado por Pagola: ’Es difícil en verdad que en el hombre-masa crezcan los valores éticos’.
¿Estamos llegando a esa situación que Sartre señala como ‘el otro es el infierno para mí’?
Necesitamos urgentemente ese cambio de corazón; ‘entrar por la puerta estrecha’ (Lc 13, 22-30) como nos invita Jesús. Dejar atrás la agresividad por un corazón humilde, sincero y sencillo; dejar los moralismos cerrados, procurar la moral que nos lleve a actualizar en nuestros actos la epifanía de la persona por el amor de entrega. Una conversión que nos lleve a la empatía para escuchar y valorar al otro, para caminar juntos en la construcción de la sociedad nueva según el Dios-Amor, de Jesús, cuyo misterio pascual nos implica.
Cristo es desconcertante; en la paradoja de su palabra y de su vida, está el camino de la salvación.