Pasar por la puerta estrecha de la que Cristo habla, a fin de alcanzar la Vida Eterna, no es algo que se pueda dar en automático. Aquí hay algunas pistas básicas pero esenciales para lograrlo:
1. Saber que nadie se salva a sí mismo
La salvación no es fruto de un contrato mercantil, según el cual, a cambio de llenar ciertos requisitos o realizar determinadas obras, el individuo adquiere el “derecho” a entrar en el Cielo, es decir, que se ha salvado a sí mismo.
Estar bautizados, ir a Misa los domingos, confesarse, rezar el Rosario, etc., con ser cosas sumamente importantes, no realizan en sí la obra de la salvación. Si así fuera, la redención en Cristo Jesús habría sido completamente innecesaria (cfr. Tito 3, 5). La salvación es un don gratuito, pues nadie la “merece”.
2. Creer que Jesús es el único que salva
Cada vez más gente piensa que Jesús es apenas uno de muchos caminos para alcanzar el Cielo, por lo que da lo mismo ser cristiano que judío, budista, hindú, musulmán, animista, etc.
Es verdad que los que sin culpa suya no son cristianos igualmente pueden alcanzar el Cielo, pero siempre es gracias a Jesucristo, Salvador único y universal: “Yo soy la Puerta; si uno entra por Mí, estará a salvo” (Juan 10, 9). “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino a través de Mí” (Juan 14, 6). “Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos ser salvados” (Hechos 4, 12).
3. Aceptar ser salvados
No basta saber que Cristo es el Salvador, hay que ser humildes para dejarse salvar por Él. “Porque si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Romanos 10, 9). “Para quien cree en Él no hay juicio. En cambio, el que no cree ya se ha condenado, por el hecho de no creer en el Nombre del Hijo único de Dios” (Juan 3, 18).
4. Reconocerse pecadores
“Si decimos que no tenemos pecado, nos estamos engañando a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Pero si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad” (I Juan 1, 8-9).
5. Ser bautizados
“La justificación no es sólo remisión de los pecados, sino también santificación y renovación del interior del hombre” (Concilio de Trento). Y “la justificación es concedida por el Bautismo” (Catecismo, n. 1992), ese nuevo nacimiento del que habla Jesús: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Juan 3, 5).
“Arrepiéntanse, y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el Nombre de Jesús, el Mesías, para que sus pecados sean perdonados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo. Porque el don de Dios es para ustedes y para sus hijos” (Hechos 2, 38-39).
Convertidos en hijos de Dios por el Bautismo, hay que vivir coherentemente esa realidad: “Como hijos amadísimos de Dios, esfuércense por imitarlo. Sigan el camino del amor, a ejemplo de Cristo” (Efesios 5, 1).
6. Cumplir los mandamientos
Si bien es la Sangre de Cristo y no las obras de la ley —es decir, el cumplimiento de los Mandamientos— lo que otorga la justificación (cfr. Romanos 3, 20), el concilio de Trento enseña que los diez Mandamientos obligan a los cristianos pues el hombre justificado también tiene el deber de observarlos.
El propio Jesús dice: “Si quieres entrar en la Vida, guarda los Mandamientos (…): no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, amarás a tu prójimo como a ti mismo…” (Mateo 19, 17-19).
Los Mandamientos no son diez sugerencias; son la ley moral inscrita por Dios en el corazón de todos los hombres, sean o no cristianos, y dicha ley no cambia ni con el tiempo ni con las modas, porque Dios tampoco cambia: “Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre” (Hebreos 13, 8).
7. Oración y sacrificio
La “carrera” por la Vida Eterna (cfr. I Corintios 9, 24-27) requiere esfuerzo, sacrificio, mortificación y perseverancia. Y como ésta es parte de una contienda espiritual (cfr. Efesios 6, 12), la ayuda divina es indispensable, la cual llega mediante la oración: “Manténganse despiertos y oren, para que no caigan en la tentación” (Marcos 26, 41).
San Alfonso María de Ligorio lo afirmó así: “El que reza mucho se salvará; quien no ora mucho se condenará”.
TEMA DE LA SEMANA: «LA ESCALERA ESTRECHA HACIA EL AMOR”
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de agosto de 2022 No. 1415