Por P. Fernando Pascual
Un autor considerado filósofo y bastante famoso (Chesterton seguramente diría que su fama sería merecida solo por lo atrevido de sus errores), explica que en el mundo humano tienen más importancia los algoritmos que las personas.
Así, este autor pone el ejemplo de un hospital moderno. En la entrada se nos da un formulario. Luego una enfermera consulta el reglamento. Decide, desde ese reglamento, las pruebas a realizar. Nos miden algunos parámetros (ritmo del corazón, presión sanguínea). Toman una muestra de sangre. Siguen luego otras decisiones, todo según protocolos (algoritmos) bien precisos.
El autor añade que no importa quiénes sean y cómo sean la enfermera, el recepcionista, el médico que asume nuestro caso. Sus ideas políticas, sus estados de ánimo, sus temperamentos, quedarían a un lado gracias al algoritmo, del cual depende todo el proceso que se siga para curarnos. Estaríamos, simplemente, en manos de un sistema, no de personas concretas.
La realidad, a pesar del prestigio del que goza nuestro autor, es que todo lo que ocurre en el hospital, y en tantas situaciones humanas, depende de lo que piensan, sienten, deciden, las personas concretas con las que nos encontramos.
Es cierto que los protocolos y algoritmos son de gran ayuda. Pero de nada sirve un protocolo donde hay un recepcionista deshonesto, un enfermero que trata a los pacientes según simpatías o antipatías, un médico que toma las decisiones con prisas porque quiere ir a ver un partido de fútbol.
Por eso, y a pesar de nuestro famoso filósofo, lo que decide si seremos bien tratados o mal tratados en el hospital no son protocolos bien definidos y concretos (tienen su importancia, desde luego), sino hombres y mujeres que viven según ideales, que sufren depresiones, que escogen actuar según la honestidad o la mentira.
Hay que mejorar, siempre que esté en nuestras manos, los algoritmos que tanto ayudan en la toma de decisiones. Pero, sobre todo, hay que enseñar a los profesionales de la salud, de la ingeniería, de las administraciones públicas, de los tribunales, a que no se queden en procedimientos y formularios, sino que sepan ir más a fondo al tratar con cualquier persona.
Solo con profesionales que sepan usar bien los protocolos, al unirlos a un alto nivel de integridad ética, podremos abrir espacio a decisiones en las que la búsqueda del bien común y de la mejor atención a las personas concretas se conviertan en una opción concreta que tanto beneficia a la gente, sobre todo a los más necesitados.
Imagen de Monika Robak en Pixabay