Amable lector, amigo de esta casa editorial por más de 27 años o cuando sea que te integraste a la lectura de El Observador, perdona que te hable de tú. Hemos recorrido juntos muchas leguas. Me une contigo la confianza que dan los años de trato. Sé que a veces nos distanciamos, que no tenemos los mismos puntos de vista o que nos olvidamos el uno del otro. Pero también sé que has estado ahí, por más de dos décadas y media, recibiendo, puntualmente, tu periódico.
Por eso me dirijo a ti, con la franqueza de la amistad. ¿De verdad quieres que El Observador siga publicándose? No te quito ningún mérito. Llevamos todo este tiempo circulando gracias a ti. Hoy el periódico necesita de ti como siempre… y como nunca. No me lo tomes a mal. La responsabilidad de seguir difundiendo este humilde servicio al bien común, a la instrucción católica, a la generación de buenos ciudadanos y de buenos cristianos, nos toca a nosotros, Nos hemos echado a cuestas la tarea. Y ha sido maravilloso poder cumplir todo el trayecto.
Dios ha querido que lleguemos hasta el día de hoy. Ya no podemos cargarle más el peso de un periódico que ha perdido el 50 por ciento de los lectores que tenía al inicio de la pandemia. El Padre tiene cosas muy importantes que atender en este mundo convulso, polarizado, distanciado y lleno de violencia. Sobre todo, porque Él sabe muy bien que, en cuestión de periodismo católico, como en cuestión de la amistad, las cosas son de dos. Los que lo hacen y los que lo reciben, mediante un precio que no hemos subido desde hace cinco años.
Los economistas nos dirán; suban el precio. ¿Castigar al ya de por sí castigado lector? No es cristiano ni humano. Todos, en el periódico, hemos hecho un sacrificio enorme para seguir circulando. Pero los insumos (papel, tinta, rotativa, equipo de cómputo, software, programas de contabilidad, gasolina, mantenimiento, etcétera) y los impuestos, así como los créditos contraídos, nos han dejado sin aliento. Ya no podemos dar un paso más. Necesitamos aumentar circulación, necesitamos aumentar suscriptores, necesitamos de ti. A nuestros acreedores les hemos pedido paciencia. Pero la paciencia se acaba cuando llega el fin de mes y no hay nada o casi nada de nuestra parte…
En fin, no quiero cansarte. ¿Qué te pido como amiga, como amigo? Dos acciones: la primera es que reces por nosotros. La segunda, muy pragmática: ¿Compras un ejemplar? Compra dos (y regala uno a un familiar o a un trabajador). ¿Tienes una suscripción? Síguela teniendo, pero regala otra a quien tú quieras más y que no la tiene. Si tu situación es terrible, promueve que la compre alguien que conoces y que sí puede comprarla. También puedes “becar”, con un número de ejemplares mayor a cinco a una parroquia, a un seminario, a una casa de formación, a un orfelinato, hospital, casa de cuna, etcétera.
El periódico cuesta 13 pesos. La suscripción anual, 585 pesos. Si cada uno de nuestros lectores nos apoya haciendo eso a partir de este mes de septiembre de 2022, nos dará el oxígeno que necesitamos para seguir circulando. Yo sé que la amistad es exigente: te prometo, con todo mi corazón, que vamos a aumentar calidad de contenido y profusión de temas. Vienen dos años decisivos para México. Y los católicos debemos tener una voz. El Observador es tu voz. No dejes que se apague.
Jaime Septién
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de septiembre de 2022 No. 1417