Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
“En todas las religiones teístas, –sean politeístas o monoteístas–, Dios representa el valor supremo,
el bien más deseable. Por lo tanto, el significado específico de Dios depende de cuál sea el bien más deseable para una determinada persona.” Erich Fromm
Daniel Altbach Pérez, en su estudio Del hombre-dios al cristo-sol…, ofrece elementos de sobra para considerar que Alfredo López Austin demostró cabalmente que “las lógicas mesoamericanas”, “nociones indisociables el mito y la historia, y la religión y la política”,
fusionaron de tal modo la mitología con la religión y al paso del tiempo, una cosmovisión, como para alcanzar “producto y como sistemas entendimiento entre los distintos grupos que habitaron Mesoamérica durante miles de años”, la aseveración que aquí hacemos nuestra respecto al efecto conciliador e inmediato que sí hubo a favor de la evangelización y continuidad de la experiencia de fe entre los antiguos moradores de lo que hoy es México y los que ahora lo somos a partir del siglo XVI.
En efecto, Alfredo López Austin (1936-2021), historiador sistemático del pasado amerindio entre nosotros, respecto al “carácter unitario o plural de los dioses y de la religión mesoamericana, sus continuidades y transformaciones, a raíz de la irrupción europea”, “uno de los más connotados estudiosos del México precolombino, experto en cosmovisión mesoamericana y en los pueblos indígenas de México”, recupera, respecto al ‘panteón mesoamericano’ y sus efectos culturales hasta nuestros días, lo que comenzó a sistematizar Paul Kirchhoff hace 60 años, salvándolo del sesgo ideológico y de los enfoques relativistas y materialistas, acerca del estudio de la religión prehispánica hasta entonces elaboradas por estudiosos de la laya de Eduard Seler y Friedrich Katz, incapaces en su tiempo de advertir que “en Mesoamérica el mundo espiritual y el concreto forma[ba]n un todo indivisible el cual será regido por las mismas formas y principios organizativos”, es decir, dice el estudioso de origen alemán, “relaciones históricas y culturales comunes entre la humanidad tolteca y chichimeca, y entre los periodos teocrático y militarista”, que él mismo denominó Oasisamérica, que le permiten señalar y distinguir el carácter cocreativo y de entendimiento que históricamente existió “entre los salvajes chichimecas y los refinados toltecas, quienes por siglos establecieron entre sí relaciones económicas, políticas y culturales”.
Todo ello, dice Altbach, lo incorpora a su análisis López Austin pero aplicándole “el mito del eterno retorno de Mircea Eliade”, gracias a lo cual, desde la lógicas estructural, le permite concluir que religión mesoamericana pasó a ser “una construcción enraizada en una historicidad particular, asociada a otros campos culturales, como en las nociones sobre el tiempo, la memoria, el territorio o el linaje” con la cual modeló el principio del ‘hombre-dios’ a su expresión suprema, la del ‘Cristo-Sol’, principio religioso capaz de trascender “los límites de las díadas religión/política y mito/historia” hasta situarse en la cumbre de la lógica e historicidad “contenida en los mitos de migración, de fundación de los pueblos, de las aventuras divinas y de otras advocaciones sobrenaturales, presentes en las fuentes históricas”.
En resumen, siempre siguiendo a Altbach, en el modelo del ‘Cristo-Sol’ la cultura mesoamericana al filo de la evangelización del siglo XVI era ya el producto de una elaborada reflexión crítica y teórico-metodológica que armonizó cabalmente “las continuidades y las transformaciones religiosas” entre los pueblos de tradición mesoamericana con la tradición religiosa “surgida a raíz de la irrupción europea”, que aún sigue esperando ser desglosada desde el rigor académico y el debate serio, por historiadores, sociólogos y antropólogos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de septiembre de 2022 No. 1417