Agradezcámosle a Dios el gozar de una familia, y de tener en ella la mejor escuela de tolerancia

Por Arturo Zárate Ruiz

A la familia no le faltan enemigos afuera: una cultura que, por ejemplo, se olvida de Dios, promueve el egoísmo y el individualismo, descansa en el consumismo, exalta el desenfreno y la hipersexualidad, descarta a las personas “inútiles”, rompe los vínculos matrimoniales, funda la moral en el sentimentalismo, un Estado, unas escuelas y unos medios de comunicación que suelen solidificar dicha cultura, y falsear así el amor, la verdad, la bondad y la belleza.

La familia y la tolerancia

Pero, por si fuera poco, la familia también tiene enemigos adentro: posiblemente tú.

¿O acaso no has dicho, en ocasiones, “no me entienden”, “no me quieren porque pienso o actúo diferente”, “son unos entrometidos”, “son unos intolerantes”?

Tal vez algo de esto sea cierto, incluso el que no te quieran. Es muy seguro que sean muy “metiches” porque papá o mamá —no tus camaradas— son quienes continuamente te corrigen. Pero que tu familia sea intolerante es improbable. De hecho, a largo plazo, es muy previsible que tu familia sea el único grupo que te aguante, es más, difícilmente encontrarás otro donde haya mayor capacidad de inclusión y mayor diversidad.

Los grupos de amigos raramente son diversos. Uno elige a los amigos, y los elige las más de las veces por afinidad en gustos, en preocupaciones, en actividades, en creencias, en metas, en valores, en edad, es más, hasta en la forma de vestirse y de peinarse. De hecho, en ocasiones lo que se busca no es un amigo sino un clon. Si se les mira a uno y otro juntos hasta se dice “son almas gemelas”.

Un gemelo de verdad —lo tuve— no es “alma gemela”. El mío era médico. Yo, si hablamos de sangre, sólo me atrae cuando guiso cabrito en fritada. Otro hermano era un as del volante; yo un peligro incluso andante (me tropiezo hasta con un palillo). Todos con gustos e intereses muy distintos, a veces de pleito, pero nos aguantábamos, y de chicos hasta compartíamos la ropa, a la usanza de antes.

Hay también grupos de trabajo, pero estos también suelen ser de afines. Los une el trabajo que cumplen, y si llegan a la amistad frecuentemente es por los gustos, creencias e intereses comunes. Aun así, como su vínculo inicial es el trabajo, un “amigo” laboral, por su compromiso con su empleo, es muy probable que prefiera conservarlo a hacerla él de palero tuyo en alguna dificultad.

El inicio de una familia

Ciertamente, el inicio de una familia es el matrimonio. Un muchacho y una muchacha se enamoran e incluso se dicen “¡cómo nos parecemos!” Pero entre un hombre y una mujer suele haber menos eso de “almas gemelas” que complementariedad. De hecho, no es raro que las mujeres digan que no nos entienden y que nosotros digamos que no las entendemos tampoco, aunque ya casados nos queramos mucho y no podamos vivir el uno sin la otra. Y si papá, mamá, hermanos, hijos, nietos, tíos, primos y abuelos tampoco te entienden, menos aun tus cuñados, cuñadas y demás parientes políticos con los que muchas veces tienes que convivir. Frecuentemente tú los aguantas y ellos te aguantan porque son familia. No son una panda de intolerantes sino de diversidad, cada uno con sus defectos y pecados, pero también con sus virtudes, al menos la de la imposibilidad de una madre de dejar de ser madre, y la de un hermano de dejar de ser hermano.

No así con los grupos de afines. Los amigos son adorables, pero si surgen las diferencias, empieza el distanciamiento y podría darse el olvido. No así con la familia. Aunque no nos traguemos el uno o el otro, es con los familiares con quienes acabamos practicando todas las obras de misericordia, hasta visitar al delincuente (algún pariente cercano nuestro) en la cárcel. No es que sea regla, pero es la esposa y no la otra quien suele cuidar finalmente del marido infiel cuando se enferma. Si no con gusto, tal vez incluso con disgusto, es en el seno de la familia que practicamos unos con otros las obras del amor. Por ser después de todo amor, cuentan.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de agosto de 2022 No. 1416

Por favor, síguenos y comparte: