Por P. Fernando Pascual
Continuamente leemos pronósticos sobre el futuro. A veces, sobre el futuro más cercano: la economía volverá a activarse el próximo semestre. Otras veces, sobre futuros más lejanos: dentro de 15 años habrá computadoras que tomarán las principales decisiones sanitarias.
Quienes formulan pronósticos, lo hacen desde un análisis más o menos serio sobre eventos del pasado, sobre la situación del presente, y sobre proyectos que pronto empezarán a aplicarse y a afectar nuestras vidas.
Esos análisis, ciertamente, no pueden cubrir todas las variables que el futuro nos depara. Por ejemplo, algunos futurólogos habían previsto que era muy posible que hubiera pandemias, pero no llegaron a concretar ni fechas, ni tipología de lo que hemos experimentado a partir de diciembre de 2019 con el Covid-19…
Otros futurólogos hablan con una seguridad sorprendente del papel que ocuparán los robots y la así llamada “inteligencia artificial” en los próximos años. Algunos se han atrevido a afirmar que pronto millones de seres humanos empezarán a ser innecesarios en un mundo controlado por máquinas informatizadas…
Sin embargo, incluso respecto al tema de la inteligencia artificial, hay tantas variables imprevisibles, y no pocas exageraciones, que llevan a poner en duda lo que algunos pronósticos proponen al decir cómo sería nuestro planeta cuando haya quedado “controlado” por los algoritmos digitales…
Lo cierto es que ningún pronóstico sobre el futuro logrará descifrar todo lo que hay en el misterioso corazón humano, por más que haya computadoras que nos sorprendan al señalar cuáles serían nuestras elecciones inmediatas.
Porque ese corazón tiene una complejidad tan grande que no podrá ser eliminada ni por los mejores programas informáticos, ni por los libros más completos de analistas bien informados sobre muchos aspectos del mundo moderno.
Por eso, los pronósticos sobre el futuro pueden delinear eventos que ocurrirán a corto o a largo plazo, pero sin ninguna certeza absoluta. Porque basta, por ejemplo, con la locura de un jefe de Estado de una potencia nuclear, para que salten por los aires no solo los pronósticos más completos, sino incluso los planes más sencillos de miles de millones de personas respecto de lo que comerían el día de mañana.
Constatar la indeterminación humana no implica renunciar a buenos análisis sobre el presente y sobre lo que podría ser el futuro, en vistas a tomar medidas para alejar males y promover bienes.
Pero esos análisis deben incluir, realísticamente, variables de indeterminación cósmica, terrestre y humana, que dejan el futuro abierto a mil sorpresas imprevisibles.
Asumir lo anterior nos ayudará a vivir con realismo lo que ocurre cada día (aunque vaya contra los mejores pronósticos de los futurólogos), y a ponernos a trabajar dejando los resultados en las manos de un Dios que, sin determinismos, nos ayuda a orientar los hechos humanos como etapas para crecer en el amor a Él y a nuestros hermanos.
Imagen de Stefan Keller en Pixabay