Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
Quizás sea para usted un nombre pocas o ninguna vez escuchado. Kazajistán, pueblo ubicado en el cruce de caravanas de la ruta de la seda, de encuentro y acogida de culturas milenarias y credos diversos, sirvió de sede a un evento singular de alto valor religioso. Usted seguramente no se enteró, porque los medios informativos ordinarios no le dieron importancia alguna.
No les interesó, como, por lo general, todo lo que toca a la religión, a no ser que se trate de algún evento social o escandaloso. La fuente informativa menos codiciada suele ser la religiosa. La amplia difusión del funeral de la Reina de Inglaterra no se debió al servicio religioso celebrado, sino al espectáculo que se montó en su honor. Usted dirá.
Allí, en Kazajistán, se celebró el “VII Congreso de Líderes Religiosos Mundiales y Tradicionales” a mediados del pasado mes de septiembre. La asistencia en silla de ruedas del Papa Francisco reafirmó la importancia del evento y, a nosotros dejó un rico mensaje aleccionador. Ya quisiéramos que algunos de nuestros comunicadores, gobernantes, legisladores, empresarios e intelectuales se acercaran a confrontar y esclarecer sus ideas, muchas veces sólo estereotipos, sobre asuntos de su religión. Alimentar el corazón: conciencia, sentimientos, inteligencia, razonamientos para ponerse al corriente (Hace ya 60 años del Concilio Vaticano II) de los contenidos y propuestas de avanzada que allí se ventilaron y generar una cultura católica digna de este nombre, dignificaría sus aportaciones. Hoy los católicos somos extraños en nuestra propia cultura. El opresor suele proyectarse en el oprimido.
El Papa Francisco glosó poemas de Abai, “el poeta más célebre del país”, sobre la permanencia y sentido de “la belleza de la vida” cuando “se la vive en profundidad”, dimensión que no le da ni la economía, ni la política, ni la demagogia sino sólo la religión. Si el hombre no se “trasciende” a sí mismo, se quedará como Narciso, contemplándose en la fuente y terminando ahogado. Pandemia, Guerra, Hambre, Injusticia, Inseguridad, Contaminación… ¿Nada nos dicen?
A este propósito el Papa dijo que “ha llegado la hora de despertarse de ese fundamentalismo que contamina y corroe todo credo… y también de dejar sólo para los libros de historia los discursos que, por demasiado tiempo, aquí y en otros sitios, han inculcado sospechas y desprecio respecto a la religión, como si fuera un factor de desestabilización de la sociedad moderna”. Nosotros pensemos no sólo en los libros de texto, sino en la interpretación torcida de nuestra historia.
Después el Papa habló sobre la “libertad religiosa” que ni se entiende ni mucho menos se practica entre nosotros. Inclusive entre los católicos. El desconocimiento abruma. “La libertad religiosa es un derecho fundamental, primario e inalienable, que es necesario promover en todas partes y que no puede limitarse a la libertad de culto”. Aquí la reducen a ceremonias: “Si pueden celebrar sus misas y bodas, qué más quieren”, decía un alto funcionario. Lo trágico no es que alguien todavía así lo piense, sino que muchos católicos se lo crean. La instrucción (y la cultura) católica no supera el catecismo infantil de la primera comunión. Corremos al parejo del analfabetismo imperante. Dios nos ha dado gratuitamente la fe, es deber nuestro cultivarla.
El Papa concluyó ratificando “el valor inmortal de la religión” y, citando a Abai, dijo que “animaba a ampliar el saber, cruzar en confín de la propia cultura, a abrazar el conocimiento, la historia y la literatura de los demás. Les ruego que invirtamos en esto, no en los armamentos, sino en la instrucción”. Tarea que entre nosotros emprendió El Observador.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de octubre de 2022 No. 1421