Por Arturo Zárate Ruiz

La objeción de conciencia se ha convertido en los últimos años en un recurso para evitar que el Estado obligue a una persona a cometer gravísimas injusticias, como, por ser dicha persona un médico, perpetre abortos. Se le quiere forzar a hacerlo dizque porque es un “derecho de la mujer”, dizque porque él es un empleado del Estado y dizque porque debe obedecer lo que se le manda, aunque sea un crimen horrendo. Con la objeción de conciencia, un médico, hasta ahora, se zafa de dicha “obligación”.

Al menos un 95% de los médicos en Estados Unidos se ha negado rotundamente a la práctica del aborto. Lo cual nos haría pensar la utilidad de este recurso para no someterse a las arbitrariedades de un Estado que se ha vuelto loco.

Con todo, dudo que estos médicos se hayan negado a practicar abortos simplemente porque creyesen u opinasen muy subjetivamente que el aborto es malo. Se han negado a hacerlo porque, como ningún otro profesionista, saben que es muy malo. No es mera opinión suya que el producto de la concepción es un ser humano. Ellos saben que es un ser humano y, por tanto, se niegan a quitarle la vida: cometerían un vil asesinato.

La conciencia es el lugar donde se conocen los preceptos de la ley natural, el lugar donde se escucha la voz de Dios, no el lugar donde pulsan las meras preferencias de una persona. La conciencia nos remite a obedecer las enseñanzas de la Iglesia, las normas objetivas, los dictados de Dios, no los gustos o antojos de momento.

Una conciencia bien formada escucha a Dios y nos permite que nos apeguemos a sus normas, no a que, según una autonomía mal entendida, hagamos los que se nos dé la gana por meros caprichos.

Ciertamente, Dios nos habla muchas veces de manera muy personal, como cuando nos hace un llamado a una vocación. A unos los llama al sacerdocio o a la vida consagrada, a otros al matrimonio, y los hay llamados a permanecer como laicos solteros. Es más, en la vida ordinaria, son muchas las cosas que cada uno puede escoger de manera muy individual. Sin duda, uno ejerce su juicio personal sobre asuntos tan aparentemente triviales como beber Coca o Pepsi. Pero la conciencia nos dicta que lo hagamos de manera razonada e informada, no según meros apetitos. De ser diabéticos, debemos evitar ambas por su exceso de azúcares, aun cuando nos las invite un obispo, quien muy probablemente al hacerlo desconocería nuestra situación. Así, nuestra vocación, y muchas otras cosas más, deben responder, de atender la conciencia, a un llamado de Dios, a bienes reales, no a meras preferencias de vida.

La conciencia, como criterio para tomar decisiones, debe estar bien formada. De no ser así, se pueden cometer graves errores que a una persona le parecerían lo más correcto. Por ejemplo, una mujer pudiera decidir abortar tras concebir un bebé tras adulterio.

Según su “conciencia”, sería lo más conveniente porque, de saberlo su marido, no sólo se divorciaría de ella, también sufrirían mucho, en consecuencia, los hijos previos. U otra mujer abortaría, aun cuando el bebé fuera del marido, porque de estar embarazada perdería el trabajo (hay todavía muchas empresas en el mundo que injustamente despiden o no contratan a mujeres embarazadas o con hijos). En cualquiera de los casos, no es correcto conseguir un bien cometiendo directamente un mal para lograrlo. No es correcto darle de comer a los hijos tras robarle el alimento a los del vecino. En casos como estos, cada persona debe asumir, no rehuir, sus responsabilidades, aun cuando hacerlo sea muy doloroso. Al final, si obedecemos a Dios, Él permanecerá con nosotros (aunque no lo parezca cuando estemos en medio de las mayores dificultades).

En caso de que nuestra conciencia sea deficiente (pero aun cuando esté muy bien formada), es muy conveniente para un católico consultar a un sacerdote, a su director espiritual, a la hora de tomar decisiones importantes. Hay que escucharlo con humildad.

Por supuesto, en toda decisión importante hay que hacer mucha oración. Cristo mismo, al elegir a sus apóstoles, pasó la noche entera platicando sobre ello con su Padre.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de septiembre de 2022 No. 1419

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