El recuerdo de los muertos ha sido parte de la cultura y religión de numerosos pueblos de todo el orbe en las más variadas épocas.

Los antiguos romanos, por ejemplo, acostumbraban a enterrar a su gente a lo largo de los caminos para que los caminantes, al ver las lápidas, los tuvieran en su pensamiento. Dicho recuerdo —como en la película Coco— les permitía a los difuntos continuar “existiendo”, pues de otro modo terminaban por “desaparecer”.

Tal creencia contradice la divina Revelación, puesto que el alma, independientemente de su destino final —Infierno o Cielo, generalmente pasando antes de este último por el Purgatorio—, es inmortal (Mateo 10, 28), y no afecta si los muertos son olvidados.

Aun así, estas ideas han llegado hasta la sociedad contemporánea. Por ejemplo, en el México católico no es nada raro escuchar hasta en algunas homilías de las Misas de funeral: “Nuestro hermano Fulano no ha muerto porque su recuerdo permanece vivo en nuestros corazones”.

Y hay otro cliché aún más extendido: “Ya está descansando”. Obviamente hay gente buena y responsable que, por haber vivido y muerto en franca adhesión a Jesucristo, es muy difícil que se haya condenado, aunque estas cosas sólo Dios las sabe. Pero incluso una de estas almas buenas puede necesitar algún tipo de purificación (Purgatorio) antes de ingresar al Cielo, conforme a la enseñanza divina (Apoca- lipsis 21, 27).

Por eso la Iglesia, que es Madre y Maestra, insta a los fieles vivos a interceder por los fieles difuntos mediante oraciones, ayunos, Eucaristías, penitencias, mortificaciones, limosnas, indulgencias parciales o plenarias, etc.

Y para que ninguno de sus muertos quede fuera de los efectos de la Gracia, ha establecido un día para pedir por todos ellos: la Conmemoración de los Fieles Difuntos.

Se trata, entonces, de algo distinto al popular Día de Muertos mexicano, que suma tradiciones antiguas, como la eleboración de calaveritas de azúcar (de alfeñique) surgidas en el siglo XVI, los altares de muerto de origen prehispánico, o los epitafios humorísticos originados en el siglo XIX y conocidos como calaveritas literarias, junto con la invención de ideas muy nuevas como es que las mujeres se disfracen y pinten el rostro como La Catrina Garbancera, del caricaturista mexicano José Guadalupe Posada, quien la creó en 1910 como crítica a los indígenas vendedores de garbanzo que, siendo pobres, aparentaban ser ricos y menospreciaban sus orígenes y costumbres.

El Día de Muertos entra en la categoría de fiesta popular, mientras que la Conmemoración de los Fieles Difuntos no es para gozo y jolgorio sino para acelerar su entrada en el Paraíso.

TEMA DE LA SEMANA: “¿ES IGUAL DÍA DE MUERTOS QUE DE LOS SANTOS O DIFUNTOS?”

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 30 de octubre de 2022 No. 1425

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