Por P. Fernando Pascual
Hay muchos tipos de conflictos. En algunos salta a la vista quién es el culpable. En otros no parece fácil identificar culpas y responsabilidades, quién tenga la razón y quién esté en el error.
Constatar lo anterior explica la importancia de escuchar a las partes en conflicto, lo cual no resulta fácil, máxime en un mundo de prisas como el nuestro.
Sabemos, sin embargo, lo que ocurre cuando escuchamos solo a una parte y silenciamos o malinterpretamos sistemáticamente a la otra parte: en ese caso, será casi imposible identificar las razones y las sinrazones de unos, de otros, o de ambas partes.
Entonces, ¿cómo escuchar a las partes que chocan entre sí? Primero, con una actitud de serenidad, que facilite el que unos y otros expongan sus razones y defiendan sus intereses.
Después, con un sentido crítico que permita distinguir entre argumentos basados en las causas del conflicto, y argumentos construidos simplemente para imponerse sobre la otra parte a cualquier precio.
Desde una buena escucha, puede resultar posible emprender algún tipo de mediación entre los contendientes, sea en un conflicto en familia, sea en conflictos más amplios, que afectan a grupos sociales, a partidos políticos, o incluso a Estados.
La historia humana ha presenciado, y presencia en nuestros días, un número elevado de conflictos en los que millones de personas sufren, sea por sentirse atacados por la otra parte, sea porque sus corazones se llenan de odio y, en algunos casos, caminan rápidamente hacia acciones dañinas.
Frente a tanto dolor, el esfuerzo por escuchar a quienes tienen un conflicto, y por avanzar a través del diálogo hacia puntos de encuentro que permitan a cada parte ver atendidas sus exigencias de justicia, puede desactivar tensiones dañinas y promover actitudes de apertura y, en algunos casos, de perdón.
En cierto sentido, resulta una gran ayuda recordar cómo Dios invita a abrirse al otro, a escuchar, a perdonar, a avanzar hacia la reconciliación. Jesús, además, explicó lo importante que resulta ponerse en paz con el otro mientras estamos en camino (cf. Mt 5,25).
Con la ayuda del Maestro, y desde la conciencia de que todos somos hijos del Padre de los cielos, podemos poner un granito de arena para que haya entre nosotros menos conflictos dañinos y más diálogo abierto a las razones de todos, lo cual nos permite avanzar hacia el triunfo de la verdad y la justicia.
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay