Por P. Fernando Pascual
Seguramente la mayor parte de nuestras acciones surgen desde las relaciones que tenemos con los demás.
Unos padres se levantan temprano, trabajan con energía, hacen compras, porque aman a sus hijos y a otros familiares.
Unos amigos salen de casa, caminan juntos, conversan largas horas de la tarde, porque su afecto mutuo se plasma en esas y en tantas otras actividades.
Ciertamente, hay momentos en los que decidimos en soledad qué vamos a hacer, cómo organizar las siguientes horas, qué planes ejecutar mañana.
Pero incluso en lo que decidimos a solas, en el fondo tenemos en la mente y en el corazón a muchas personas que nos han ofrecido ánimos, y a las que desearíamos compartir la “crónica” de nuestras acciones.
El ser humano se explica en ese continuo estar con otros, también a la hora de actuar, aunque parezca que uno está solo ante una pantalla de computadora.
Al tomar conciencia de este modo de vivir, podemos pensar en qué sentido los otros influyen en nuestras vidas, y cómo nosotros mismos influimos en las acciones de los demás.
Los influjos serán benéficos si contamos con buenas compañías, si hemos tenido la fortuna de haber nacido gracias a padres que se aman, si convivimos con hermanos y amigos que nos enseñan a ser generosos y trabajadores.
A su vez, nuestra manera de influir sobre las acciones de otros dependerá del nivel de nuestra honestidad, de los hábitos (virtudes) que hayamos adquirido, de la apertura de mente y de corazón que nos saque de nosotros mismos.
Este día estará tejido de acciones, unas más sencillas, tal vez rutinarias; otras, más complejas, que pueden exigir un esfuerzo mayor.
En cada una de esas acciones, tal vez de modo inconsciente, estarán presentes tantas personas que forman parte del camino de nuestra vida.
Sobre todo, estará presente Dios, de quien procedemos y hacia quien nos dirigimos, y que acompaña a todos y a cada uno en ese continuo vivir que se construye a través de acciones concretas que, bien orientadas, nacen del amor y llevan a amar cada vez más.
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