El Santo Padre envió una carta a los ucranianos, en el noveno mes de guerra. Una vez más, el Pontífice manifiesta su cercanía y la de toda la Iglesia con los niños, jóvenes, voluntarios, ancianos del país azotado por la muerte y la destrucción.
Por Sebastián Sansón Ferrari – Vatican News
“En su tierra, desde hace nueve meses, se ha desatado la absurda locura de la guerra. En sus cielos, el siniestro rugido de las explosiones y el ominoso sonido de las sirenas resuenan sin cesar”. Así escribe el Papa Francisco en una sentida carta que envía al pueblo ucraniano. Está firmada el 24 de noviembre desde la Basílica San Juan de Letrán, cuando se cumplen nueve meses del comienzo del conflicto.
El Pontífice describe la dolorosa realidad que viven los ucranianos, entre “ciudades martilladas por las bombas, mientras las lluvias de misiles causan muerte, destrucción y dolor, hambre, sed y frío”. Agrega que, “en sus calles, muchos han tenido que huir, dejando atrás hogares y seres queridos. Junto a sus grandes ríos fluyen cada día ríos de sangre y lágrimas”.
Por enésima vez en estos nueve meses, el Obispo de Roma asegura su cercanía al martirizado pueblo, se une a sus lágrimas y les dice “que no hay día en que no esté cerca de ustedes y no los lleve en mi corazón y en mi oración”. “Su dolor es mi dolor”, asevera, y sostiene que “en la cruz de Jesús hoy los veo a ustedes, que sufren el terror desatado por esta agresión”.
Y enfatiza: “Sí, la cruz que torturó al Señor vuelve a vivir en las torturas encontradas en los cadáveres, en las fosas comunes descubiertas en varias ciudades, en esas y en tantas otras imágenes sangrientas que han entrado en nuestras almas, que nos hacen gritar: ¿por qué? ¿Cómo pueden los hombres tratar así a otros hombres?”.
El dolor por los niños
Bergoglio retoma historias trágicas, como la de los pequeños muertos, heridos o huérfanos, arrancados de sus madres. “Lloro con ustedes por cada pequeño que, a causa de esta guerra, ha perdido la vida, como Kira en Odessa, como Lisa en Vinnytsia, y como cientos de otros niños: en cada uno de ellos la humanidad entera está derrotada. Ahora están en el regazo de Dios, ven su angustia y rezan para que se acabe. Pero, ¿cómo no sentir angustia por ellos y por aquellos, pequeños y grandes, que han sido deportados? El dolor de las madres ucranianas es incalculable”.
El mensaje a los jóvenes, adultos, ancianos y mujeres
Asimismo, el Sucesor de Pedro piensa en los jóvenes que, “para defender valientemente su patria tuvieron que poner las manos en las armas en lugar de los sueños que habíais cultivado para el futuro; pienso en ustedes, esposas, que perdieron a sus maridos y mordiéndose los labios siguen en silencio, con dignidad y determinación, haciendo todos los sacrificios por vuestros hijos”.
La mirada del Papa también se dirige a los adultos, “que intentan por todos los medios proteger a sus seres queridos”; a los ancianos, “que, en lugar de un sereno atardecer, han sido arrojados a la oscura noche de la guerra”; a las mujeres, “que han sufrido la violencia y llevan grandes cargas en el corazón”. “A todos ustedes, heridos en el alma y en el cuerpo”, añade, reiterando que piensa en ellos y está cerca de ellos “con cariño y admiración por cómo afrontan estas pruebas tan duras”.
Las palabras del Pontífice a los voluntarios, pastores, refugiados y las autoridades
Francisco dedica una parte de su mensaje a los voluntarios, “que se gastan cada día por la gente”. Del mismo modo, a los pastores del pueblo santo de Dios, “que -a menudo con gran riesgo para su propia seguridad- han permanecido cerca de la gente, llevando el consuelo de Dios y la solidaridad de sus hermanos y hermanas, transformando creativamente los lugares de la comunidad y los conventos en refugios donde ofrecer hospitalidad, alivio y comida a quienes se encuentran en condiciones difíciles”.
A su vez, Su Santidad exterioriza su proximidad con los refugiados y desplazados internos, “que se encuentran lejos de sus casas”. Y piensa en las autoridades, por las que reza: “Sobre ellas recae el deber de gobernar el país en tiempos trágicos y de tomar decisiones con visión de futuro para la paz y para desarrollar la economía durante la destrucción de tantas infraestructuras vitales, tanto en la ciudad como en el campo”. Al respecto, cabe recordar que, en todos estos meses, el Santo Padre ha pronunciado múltiples llamamientos a las autoridades, solicitándoles vehementemente que contribuyan al silencio de las armas y exhortando a asegurar realmente los corredores humanitarios y se garantice y facilite el acceso de la ayuda a las zonas asediadas, para proporcionar un alivio vital a quienes están oprimidos por las bombas y el miedo.
El recuerdo de la tragedia del Holodomor
En todo este mar de maldad y dolor -noventa años después del terrible genocidio del Holodomor-, al Pontífice le asombra el buen ánimo de los ucranianos.
“A pesar de la inmensa tragedia que está sufriendo, el pueblo ucraniano nunca se ha desanimado ni se ha entregado a la compasión. El mundo ha reconocido a un pueblo audaz y fuerte, un pueblo que sufre y reza, que llora y lucha, que resiste y espera: un pueblo noble y martirizado. Sigo estando cerca de ustedes, con mi corazón y con mi oración, con la preocupación humanitaria, para que se sientan acompañados, para que no se acostumbren a la guerra, para que no se queden solos hoy y sobre todo mañana, cuando quizá llegue la tentación de olvidar su sufrimiento”.
El Papa ya se había referido, en la Audiencia General del miércoles 23 de noviembre, a este exterminio por inanición, acaecido en 1932-33, provocado artificialmente por Stalin, y había invitado a rezar por las víctimas de dicho genocidio, así como «por tantos ucranianos, niños, mujeres y ancianos, que hoy sufren el martirio de la agresión». El término Holodomor deriva de la expresión ucraniana moryty holodom (Морити голодом), que combina las palabras ucranianas holod (hambre, carestía) y moryty, (morir de hambre, agotar), y la combinación de las dos palabras pretende resaltar la intención de causar la muerte por inanición.
El cariño de la Iglesia
Para Francisco, “en estos meses, en los que la dureza del tiempo hace aún más trágico lo que están viviendo, quisiera que el cariño de la Iglesia, la fuerza de la oración, el amor que tantos hermanos y hermanas de todas las latitudes sienten por ustedes, fueran caricias en su rostro”.
“Dentro de unas semanas será Navidad y el aguijón del sufrimiento se sentirá aún más”, dice, y le gustaría volver con ellos a Belén, “a la prueba que la Sagrada Familia tuvo que afrontar en aquella noche, que solo parecía fría y oscura. En cambio, la luz vino: no de los hombres, sino de Dios; no de la tierra, sino del cielo”.
El Pontífice concluye su misiva augurando: “Que su Madre y la nuestra, la Virgen, velen por vosotros. A su Corazón Inmaculado, en unión con los Obispos del mundo, consagro a la Iglesia y a la humanidad, especialmente a vuestro país y a Rusia. A su Corazón de Madre le presento sus sufrimientos y sus lágrimas. A la que, como escribió un gran hijo de tu tierra, «trajo a Dios a nuestro mundo», no nos cansemos de pedirle el anhelado don de la paz, con la certeza de que «nada es imposible para Dios» (Lc 1,37). Que cumpla las justas expectativas de sus corazones, que cure sus heridas y les dé su consuelo. Estoy con ustedes, rezo por ustedes y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y que la Virgen los guarde.